Rosa Anaya Perla – Spanish

ROSA ANAYA PERLA

 

“Si escuchamos las historias uno del otro, podemos tener una base común para derribar las fronteras”.

Nota del editor: Rosa ha estado en el ojo público desde los 10 años cuando fue testigo del asesinato de su padre, Herbert, famoso activista de los derechos humanos durante la guerra civil. A menudo ella escribe un homenaje a él cerca de la fecha del aniversario de este evento. La personalidad vivaz y el vigor de Rosa para continuar su legado en la misma área son contagiosos.

Será más que una coincidencia que la casualidad que nací el 10 de diciembre [1976], el aniversario de la Declaración de Derechos Humanos de nuestro país, que fue promulgada el 10 de diciembre de 1978. Mi vida ha evolucionado en torno a todo ello con una gran parte de ello revolviendo a la historia de mis padres y de su lucha por los derechos humanos en el Salvador. Cuando mi familia celebra mi cumpleaños,  también celebramos este evento histórico en la historia de nuestro país.

La familia de mi padre se origina en Chalchuapa, que se encuentra en el departamento de Santa Ana en el noroeste de El Salvador, cerca de la frontera con Guatemala. Allí creció recogiendo café cerca de una ruina maya. La familia de mi madre es del lado opuesto del país. Ambos padres eran pobres, y ambos ganaron becas a la Universidad Nacional, donde se conocieron. Estudiaron la ley y descubrieron algunas [leyes] en la Constitución que no se seguían. Desde que fue en la década de 1970 cuando el movimiento social se estaba haciendo popular, ayudaron a organizar el movimiento de estudiantes universitarios en el movimiento social contra las injusticias y con un grupo de activistas de derechos humanos fundadaron la CDHES, Comisión de Derechos Humanos de El Salvador.

En 1975 se estaban convirtiendo en buenos amigos y ayudaron a organizar una protesta estudiantil. Había una enorme manifestación de estudiantes de escuelas secundarias y universitarios que trataban de librar la Universidad Nacional del ejército que se había apoderado de los terrenos de la universidad. El objetivo era ejercer presión sobre el ejército para salir. El día anterior a la fecha el ejército distribuyó panfletas advirtiendo a familias que no dejaran que sus hijos saliéran de casa o serían considerados subversivos, comunistas, y que algo les iba a pasar.

El 30 de julio de ese año, mis padres, que ayudaron a organizar la protesta de los estudiantes, se encontraron en diferentes lugares en la marcha cuando la marcha se acercaba a un puente. Tanques del ejército estaban en un lado y soldados al otro lado con los estudiantes en el centro como un sándwich. Tanques pasaron por los estudiantes; mi madre estaba cerca de la parte delantera del puente; mi padre estaba en la parte de atrás. Sabían de antemano que habría gas lacrimógeno que se usaría, así que trajeron agua para distribuir. Mi mamá tenía un pañuelo, pero no podía ver. Cuando se dio cuenta de que necesitaba salir, ella saltó de la mitad del puente. Se rompió la rodilla en cuatro lugares. Sus amigos la escondieron debajo de un camión durante varios días. No podían llevarla a un hospital porque los soldados iban a los hospitales sacando a la gente de camas y se llevaron a quienquiera, como los víctimas con heridas de escopetazo, que parecían haber estado en la demostración. Algunos no se vieron de nuevo. Muchos días después, mi tío llevó a mi madre a un hospital para recibir tratamiento; él inventó una historia que se cayó de su bicicleta. Mi padre vino a su casa para informarla quienes habían desaparecido o habían sido  matados y le trajo sus poemas y ….. nací nueve meses después. Fue un caso de amor y de guerra al mismo tiempo.

Sin embargo, la historia que NOSOTROS (como niños) oímos en relación con la rodilla de mi madre fue que se cayó de una motocicleta. Oímos la historia verdadera de otras personas. Además, la historia que mi padre nos contó sobre su pierna, que había recibido un disparo en un punto, era que su hermano puso un tenedor en ella. Aun para nosotros los niños eso parecía extraño. Tal vez nuestros padres estaban tratando de protegernos de la verdad.

Soy la mayor de cinco hijos. En el libro, 50 Años y Más Allá, que fue escrito para celebrar nuestra declaración de derechos humanos, un segmento se dedicó a varias voces. Me pidieron que contribuyera un artículo desde la perspectiva de los derechos de un niño que titulé “El derecho a soñar.”

 

Aunque no tengo memoria de ello, cuando tenía 3 o 4 años, estuve en un accidente grave de coche, que ocurrió el primer día de la ofensiva durante el toque de queda de estado de guerra, cuando estábamos saliendo de la iglesia. El resultado fue que necesité una prótesis para el brazo en el largo plazo. Mi tía Edith, así como Kate Bancroft, una amiga de la familia que vivía en California, ayudó a interceder de mi nombre para arreglar que el Hospital Shriner en los EE.UU. proporcionara accesorios de prótesis anuales y ajustes como crecía. Esto hizo necesario muchos viajes hacia y desde los EE.UU., donde me quedé con mi tía dentro de una comunidad salvadoreña. Una vez que regresé a casa, descubrí que mi madre tenía un nuevo bebé. Pregunté quién era y ella explicó: “Este es tu hermana Edith.” Eso fue sólo el comienzo de lo que iba a convertirse en un estilo de vida de viajes durante mi vida temprana. (Bill Hutchinson Cuando los Perros Comieron Velas incluye numerosas referencias a la familia Anaya, entre ellas Rosa y el incidente aquí sobre el comienzo de su relación con Kate Bancroft que compartió en la página 31.)

 

Como niños tuvimos varias responsabilidades que tal vez otros niños no tenían. Trataron de mantener la parte más fea de la guerra lejos de nosotros. Ellos enseñaron la parte romántica, la parte de la solidaridad: es decir, vamos a cesar la injusticia. Nosotros sabíamos de la muerte, pero de alguna manera no vimos la parte fea porque pensábamos que era muy normal. Llamábamos a todos los luchadores por la libertad “tíos” y “tías”. Oímos historias que algunas personas fueron capturadas o torturadas, pero nunca revelaron el nombre de nadie. Nos mostraron la parte de la guerra que era una fuerza que les permitía hacer cosas increíbles. Sí, vimos cadáveres en la calle y las fotos de los desaparecidos, pero vimos más allá de esas imágenes y oímos  historias de por qué era importante organizar. Quizás fue nuestro propio sistema de filtros como niños, y vimos cosas de una manera diferente.

 

Mi padre, Herberto Anaya, siempre el activista de derechos humanos, ha sido y sigue siendo, una gran influencia en mi vida. Él dejó de pertenecer a nosotros en 1987, cuando fue asesinado. Yo sólo tenía 10 años cuando fui testigo de esta tragedia en el estacionamiento fuera de nuestra casa. Fue un tiempo muy confuso para mí.

Aprendí de mi padre a través de personas que lo conocieron cuando estaba vivo y por mi madre. Todos mis hermanos han continuado su legado de trabajar dentro del campo de la defensa de los derechos humanos. Puedo encontrarme con él una y otra vez a través de tantas personas diferentes. Siempre es agradable descubrir cosas nuevas sobre él.

No sabía que mi padre tenía un nombre hasta su funeral. Mis padres no tenían nombres a nosotros los niños, ni mis tíos; sólo los niños teníamos nombres. Nunca nos dijeron sus nombres para que su seguridad no pudiera verse comprometida. No podíamos mantener nombres como niños, y hasta hoy tengo mucha dificultad retener nombres, direcciones y números de teléfono que puede volver a esos días y la necesidad de NO saber. Ahora comprendo que esto es un rasgo común de trauma de la guerra.

 

Después de la muerte de mi padre, mi primera reacción fue convertirme en rebelde. No comprendía su legado. Decidí no tratar de ser sustituta de mi mamá o papá cuando no estaban allí. Me rebelé por un montón de años. Yo quería ser una niña normal, pero al mismo tiempo quería ser revoluncionaria. Yo quería que mi madre se fijara en mí. Mi hermana y yo haríamos banderas a nuestra madre con cosas como: “Queremos hamburguesas” y “Queremos a una mamá en casa” impreso en ellas. Era difícil entender eso debido a los tiempos, yo también tenía que hacer sacrificios.

Marches are popular ways Salvadorans voice their opinions

Como niña empezando a aprender por qué mi padre hizo lo que hizo en vez de quedarse con la familia era difícil a veces. No entendía por qué él dio su vida por los demás y no se quedó con su familia. ¿Por qué utilizar todas sus energías para otros?

Mi gente me enseñó que hay que amar a los demás tanto y renunciar a sí mismo por ellos. Dando su vida en nombre de las personas todos los días es algo que muchos se inclinan a hacer. Es sólo que resultó que mi padre murió en el proceso. Esa esencia de él no era algo que aprendí en un día. Para mí fue aprender a conocer a mi pueblo a través de las acciones de mi padre. La historia exigió eso de él en ese momento, y él era consciente de lo que su papel debía ser. Él amaba a su pueblo demasiado y no podía darles la espalda a ellos. Su pueblo tiene muchas caras / pensamientos / múltiples culturas. Ellos no son simplemente pobres. Entre ellos se encuentran las personas marginadas que eligen formar una comunidad que tiene individuos, pero estas personas marginadas son marginadas debido al sistema defectuoso. No eligieron a ser marginados.

 

Después de que mi padre fue matado en 1987, la situación requiso que nos mudamos con frecuencia. Tuvimos que seguir mudándonos, porque las autoridades estaban constantemente siguiendo a  nuestra familia. Nunca podíamos estar en una casa por mucho tiempo, y me sentí como una tortuga que llevaba mi casa en mi espalda. Debido a que mi padre había sido una figura tan pública, no fue difícil que nuestra familia obtuviera el asilo político, que se nos concedieron en Canadá en diciembre de ese año. Mi mamá pensaba que era peligroso permanecer aquí en El Salvador, ya que le echaban la culpado a ella por los problemas que rodeaban la muerte de mi padre. Nosotros los niños no queríamos salir. Mi hermana más joven tenía 5 años y yo tenía 10 años con nuestros otros hermanos entre nosotros; queríamos quedarnos para ser guerrilleros también. No podemos traicionar a nuestro padre, pensábamos. Mi madre insistió en que saliéramos, y nos quedamos en Canadá durante ocho meses. Nuestros patrocinadores, Solidaridad en Canadá, eran sumamente generosos, y como era diciembre, cada uno de nosotros recibimos cajas de regalos de Navidad y dos árboles de Navidad, un televisor, etc. Nos quedamos colmados con regalos y sin embargo nos sentimos culpables. No era justo que nuestra gente en El Salvador no estaban recibiendo nada más que armas y balas para su Navidad.

 

Además de hablar en Canadá, nuestra madre fue invitada a hablar sobre lo que le pasó a nuestro padre y a miles de otros como él, en nombre de violaciones de los derechos humanos. Habló a las Naciones Unidas.

Nuestra siguiente mudanza fue al Condado Marin , en la bahía de San Francisco. La mudanza fue coordinada por Kate Bancroft, que había trabajado con mi padre en el Marin Interreligioso Fuerza Especial de derechos humanos. (En un punto hace años ella había servido como escudo cuerpo humano cuando mi padre fue liberado de la prisión.) Kate fue capaz de encontrar varias familias para cuidar de nosotros allí.

Los refugiados salvadoreños llegaron a los EE.UU., donde se les dio refugio en iglesias. Más de 500 iglesias en los EE.UU. ofrecieron santuario. Era peligroso para una iglesia aceptarlos. Toda una congregación tuvo que votar a hacerlo, que era un voto para cometer desobediencia civil. Fue una clara decisión moral a los que lo hicieron que no podían permitirles regresar a un país donde su vida estaba en peligro. (del documental Volver a El Salvador)

A pesar de que estaba expuesta a un área próspera en California, no puedo decir que me impresionó la parte comercial, tales como las tiendas grandes. Lo que me llamó la atención fue la vegetación lujuriante  y las cosas como las secuoyas enormes que eran tan diferentes de las montañas deforestadas en El Salvador a causa de los bombardeos indiscriminados.

Como un aparte, mientras que vivíamos en los EE.UU., nos encontramos con otro rostro de sus ciudadanos. Antes de vivir allí, tuvimos visiones de los EE.UU. como el defensor de los militares salvadoreños que era un monstruo por su papel en la guerra en nuestro país. Lo que aprendimos era separar el papel del gobierno de la gente real. Eso fue una revelación para nosotros. TODOS somos engañados por nuestros gobiernos en el poder. Puede ser muy molesto, pero eso fue un curativo para nosotros no ver una nación como un enemigo. Este descubrimiento me ayudó a ver a los soldados en el ejército como individuos que también tienen historias diferentes. Todos estamos en el mismo barco en el final.  Tenemos que escuchar las historias de todo el mundo para tener una imagen de lo que sucedió. Vimos el concepto del poder de una  manera diferente; las percepciones se convirtieron en conceptos erróneos. El gobierno de los EE.UU. estaba haciendo cosas monstruosas por cierto, pero no todos sus individuos, al igual que TODOS los salvadoreños no están actuando en la misma manera. Y entonces te conviertes en mi pueblo, porque todos nos convertimos en personas que se les ha negado una imagen completa. Entonces, podemos aprender a escuchar las historias de los otros, y podemos tener una base común para derribar las fronteras.

Con todas mis mudanzas,  he experimentado más diversidad en ambientes educativos en términos de estilo y composición. En Canadá, las clases eran muy formales, mientras que asistí a un aula abierta en California. Si yo no quería asistir a la clase de matemáticas, yo no tenía que hacerlo, pero me encantó el aula de arte y me permitieron quedarme allí todo el día, si quería. En Centroamérica había poca diversidad de raza o de cultura, pero en Canadá había muchos portugueses; y, por supuesto, en los EE.UU., había todo tipo de culturas y razas en California.

 

En Costa Rica, mi madre sirvió como la coordinadora general con Codehuca (Comunidad para la Defensa de los Derechos Humanos en Centroamérica iniciada en 1978.) Nos quedamos allí durante cuatro años. Durante este tiempo mi hermana radical, Gloria, siempre nos recordaba a nosotros los niños a hacer lo correcto y recordar la razón por la cual murió nuestro padre cuando nos olvidaríamos. “Recuerden que tenemos para ayudar a nuestra gente”, fue su mantra. Ella era el ancla de nosotros los niños. Ahora ella sirve en el Parlamento Centroamericano y en el movimiento “Mujeres y la juventud”. De Costa Rica nos mudamos a Nicaragua por un corto tiempo.

 

En 1992, poco después de la firma de los Acuerdos de Paz, regresamos a El Salvador pensando que sería seguro. Sin embargo, mientras que mi madre conducía cerca de Suchitoto con mis hermanos y Hermana Peggy, su coche fue detenido por los “militares”. Rápidamente se dio cuenta de que estaba en peligro y salió a toda velocidad tan rápido como pudo. Mi hermano recibió un disparo en la cadera. Por casualidad estuve en California en ese momento para uno de mis accesorios de prótesis cuando oí la noticia en el coche con Kate Bancroft. Después de haber sido enseñado siempre a confirmar lo que oímos antes de reaccionar, llamé a casa, y ninguno de mi familia en San Salvador había oído las noticias antes que yo en California. Mi mamá me llamó, disminuyendo la importancia a todo el evento y tranquilizadora “Oh, estamos muy bien.” Pero reunió a los niños y abandonó el país una vez más.

Justice and dignity for all workers

Terminé la escuela secundaria en El Salvador y asistí a la Universidad Nacional especializando en relaciones internacionales. Me gradué como madre antes de graduarme de la universidad. He estado trabajando ahora en mi tesis para la maestría hace dos años y espero terminar pronto. Me considero tener una especialidad en derecho y la política internacional con los intereses en los derechos humanos. La fe, para mí, no es una cosa formal y religiosa; más bien, es más potente. Soy de una base de fe múltiple. Mi espiritualidad se guía más por la declaración de los derechos humanos. Cuando veo a alguien que no aprueba esos derechos humanos básicos, no es bueno. Lucho con la religión organizada, porque he visto a sacerdotes dando la bendición a los soldados que salían a una matanza. Lucho con religiones que no alientan a sus miembros a cuestionar o permitirlos luchar al igual que lo hice con los planes de acción americanos relativas a las matanzas. Admiro a aquéllos como Gandhi y Romero. Abrazo el concepto de Gaia. Admiro a Jesús por el radical que fue en su tiempo. Dio un paso en contra de aquéllos en el poder y cuestionó el sistema (por ejemplo, el papel de la mujer). Él desafió a los dogmas/ doctrinas básicos de su fe histórica. El preguntar es básico, ya que es la forma en que evolucionamos y nuestra fe se vuelve más fuerte. Sin poder preguntar permanecemos estáticos.

Mi esposo, Juan Carlos, y yo podemos dar a nuestros tres hijos la explicación biológica de cómo ellos entraron en el mundo, explicando el esperma y el óvulo, pero eso no empieza a capturar las personas increíbles que cada uno de ellos es en términos de personalidades únicas . Una sensación de asombro en toda la naturaleza que nos rodea tiene un elemento espiritual que no se puede definir en términos concretos. Estoy en el temor reverente total de las maravillas de la vida.

 

Mi familia, amigos y otros han establecido una organización semi-formal que hace cosas increíbles llamada Colectivo de Derechos Humanos Heriberto Anaya, que es una organización no gubernamental que funciona a dos niveles diferentes. Los estudiantes dentro de la Universidad Nacional han organizado un movimiento que constituye una de las ramas de este grupo. Sus graduados, nuestra familia y amigos componen la otra rama. Proveemos enseñanza de los derechos humanos y una conferencia anual sobre derechos humanos. Estamos abogando para el rescate de la memoria histórica, es decir, para animar a los jóvenes en sus comunidades que documenten / registren las historias de los miembros mayores antes de que mueran como usted está haciendo con su proyecto. La parte del rescate de la memoria histórica que envuelve mirar al pasado religioso maya de mis antepasados, por ejemplo, es una forma de explorar mi propia fe. Tomamos delegaciones de universidades a las comunidades marginalizadas como CRISPAZ hace con delegaciones de América del Norte.

Nuestra familia entera está comprometida con la defensa de los derechos humanos, pero de diferentes maneras. Mi hermana menor, Edith, se graduó de la escuela de medicina en Cuba. Ella y su marido, que es dentista, hacen brigadas médicas en las comunidades. Uno de mis hermanos es abogado, otro es psicólogo. Y como se ha mencionado antes, mi otra hermana también es abogada y diputada con el Parlamento para Centroamérica. Mi mamá tiene su propia historia, pero yo le diré que ella fue una de las primeras mujeres jueces del Tribunal Supremo en nuestro país y actualmente es una de los 14 jueces en el país. Mi enfoque ha estado con la población reclusa. Este año pasado comenzamos a reconocer los sacrificios de los sobrevivientes de masacres en tres lugares diferentes desde el punto de vista de que somos libres de las pérdidas que ellos o sus seres queridos perduraron en nuestro nombre. Fue muy bien recibido.

NOTA: Para leer la historia de la madre de Rosa, véase este enlace para Mirna Perla: https://www.embracingelsalvador.org/mirnaperla/
No he perdido mi esperanza para El Salvador. A veces se ve un brillo en los ojos de las personas que la esperanza viene. Todavía veo mucho de lo que sucedía en la guerra con una senda que cambia. En un sentido puede ser frustrante; con todo lo que logramos durante esos doce años y lo que ganamos, esperábamos un cambio inmediato. Sin embargo, con una historia de 500 años de opresión, la lucha no ha hecho más que empezar. Debemos recordar que cada generación tiene un paso para tomar. Mi padre y su generación hicieron mucho, y cada generación subsiguiente tiene que tener una idea nueva de cómo tomar el pasado y mejorar lo que se hizo antes. Los cambios tienen que evolucionar basados a una relación de los esfuerzos de la última generación para la generación actual y luego a la siguiente.

 

Tenemos que contar la historia de lo que sucedió para resolver las cosas buenas que sucedieron, evaluar las cosas que no funcionaron, y proceder en una dirección positiva de allí. Estamos empezando a ver eso suceder, pero es muy lento. Por un lado hay muchas más distracciones en esta generación con todos los dispositivos electrónicos, como la pasión por Facebook, que a veces se interponen en el camino. Incluso en algunas de las comunidades más pobres de la pobreza extrema se verán a  individuos tan absorbidos en estos dispositivos que se le quita el sentido de comunidad. Ellos necesitan que se les recuerda que se necesita trabajar juntos y se necesita hacer frente a la realidad.

 

En el lado positivo, he visto a gente tan infectada por los ejemplos de inspiración de personas como la de mi padre, que luchó por los derechos humanos, que su actitud ha cambiado de “no puedo hacer nada por mi situación” a “puedo elegir no ser una víctima y comenzar a contribuir a la sociedad.” Ese mensaje es más fuerte que cualquier cosa que pueden obtener de los medios de comunicación.

Mi instinto no me permite NO tener esperanza. Hay muchos esfuerzos que tienen lugar en este país para cambiar las cosas por el lado positivo. No estoy dispuesta a renunciar nada. Hay solamente ciclos de desesperación que tenemos que estar dispuestos a pasar para mover realmente a la gente a la acción. Nuestra mayor esperanza es nuestra familia. Tenemos las herramientas que necesitamos para seguir adelante; sólo tenemos que comprometernos a utilizarlos. Mi esperanza es que mis hijos van a seguir trabajando para un cambio positivo y que ese cambio no se detendrá con ellos, sino que pasarán las herramientas de cambio a la próxima generación. Mi temor es que posiblemente matamos a la Madre Tierra antes de que ocurran esos cambios. Puede ser que la Madre Tierra no desaparezca, pero que ella se librará de la violencia humana y que será triste que se verán afectadas algunas partes de la raza humana. Es mi temor de que no vamos a ser capaces de hacer esos cambios necesarios para que los seres humanos sobrevivan.

 

Necesitamos sanar colectivamente como un país, porque es como un país que históricamente ha sido golpeado tan salvajemente como pueblo. Para obtener los derechos humanos se trata de respetar la dignidad de los demás. Parte de mi frustración con la intervención de EE.UU. en este país, así como en otros países, es mi sensación de que la gente de un país tiene que resolver sus propios problemas y participar en sus propias luchas. La gente tiene que entender que no existe la pobreza, porque la gente no trabaja. La pobreza existe porque existen las estructuras que aprovechan de las personas de manera ilegal para suprimir sus derechos. Es por esto que pasó la guerra. Y tenemos que encontrar formas no violentas para trabajar en soluciones a nuestros problemas.

 

Trabajando dentro del área de los derechos humanos puede ser extremadamente agotador. Al mismo tiempo constantemente necesitando que tener cuidado con la seguridad de uno cuando está en el ojo público también puede conducir a la ansiedad. Hay momentos cuando nuestra familia necesita hacer decisiones colectivas con respecto a nuestra seguridad. Sin embargo, es importante mantener un equilibrio saludable en la vida, y para la diversión me gusta mirar películas. En El Salvador no existe falta de películas piratas. También me encanta bailar salsa. Salir a comer con una familia grande como la mía es demasiado caro, así que hay formas más baratas de entretenimiento.

 

Mi atención se centra ahora en la lucha para ayudar a traer oportunidades a los jóvenes que por una razón u otra están involucrados en la violencia, las pandillas y las drogas. Creo que todo el mundo merece una segunda oportunidad.

Nota del editor: Energética Rosa está orgullosa de su patrimonio y su cultura y está trabajando incansablemente como defensora no sólo para preservarlos, sino también para ser una visionaria en lo que ella ve para el futuro de su país. Ella es miembro de una de las familias más talentosas y notables de El Salvador. Será curioso leer lo que las banderas de sus propios hijos dirán algún día.

Monumento a la libertad y a la paz en el centro de San Salvador

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