PEDRO PEREZ
Translation by Santiago Sanchez
“Mi fe temblaba…”
Nota del editor: durante una reciente sesión de nuestra clase de estudio bíblico del domingo por la mañana, un participante frustrado comentó al efecto: “¿por qué no sentimos o escuchamos nunca más la llamada de Dios cómo lo hicieron en los tiempos bíblicos? Tuve el privilegio de escuchar a Pedro compartir su historia, él siente y oye la llamada de Dios y observa y celebra las fechas y los tiempos exactos. Es asombroso cómo algunos de los acontecimientos de su vida se asemejan tan estrechamente a las historias bíblicas.
La honestidad de Pedro es abrumadora mientras comparte su transformación después de que Dios tocase su vida. Su respuesta es vivir una vida de servicio dentro de su comunidad cristiana, en la que a pesar de haber tenido muchos altibajos, mantiene una inquebrantable convicción para ser un líder dentro de su grupo basado en la fe.
Junio es un mes muy especial en mi vida. Mis padres tuvieron un niñito llamado Pedro, pero murió y fue enterrado el 29 de junio. Mi madre no fué capaz de ir al cementerio para enterrarlo. Sin embargo, yo nací el 29 de junio (1947), el día de San Pedro, y por eso mis padres me llamaron Pedro.
El día que celebro aún más que mi cumpleaños es el 7 de junio de 1947. Ese es el día que dejé de beber y fumar – hace ahora 37 años. Fué a las 11 de la mañana cuando mi vida cambió, y le doy gracias a Dios por ese día. Soy originario del norte, del departamento de Chalatenango. Cuando era joven, empecé a beber y pronto me volví alcohólico. Eso me causo muchos problemas con mi familia y amigos. Debido a mi comportamiento y falta de control nadie me respetaba. La gente me rehuía porque sabían que me acercaría a ellos en busca de dinero o para insultarlos con palabrotas. Algunos trataron de convencerme para que acudiera a las reuniones de Alcohólicos Anónimos (AA), pero yo lo rechacé.
Sin embargo, ese particular día – a las 11 de la mañana del 7 de junio – Sentí que algo extraño penetró en mi cuerpo. Solo puedo describirlo como algo inusualmente cálido que “estremeció” mi cuerpo por entero. Al mismo tiempo que sentí esto tuve también un abrumador deseo de hacer algo a cerca de mi situación personal. Cuando esto ocurrió yo estaba trabajando en la agricultura, y estaba casado con un nuevo hijo que nació el 20 de febrero. Le dije a mi amigo que tenía que ir a la reunión de AA y le dije a mi mujer que preparase algo de comida para mi antes de irme. Ella no me creyó y asumió que como siempre yo estaba mintiendo y que mi intención era ir a alguna fiesta. Mi amigo me dijo que podíamos comer de camino a la escuela donde se celebraba la reunión, situada en un pueblo a dos kilómetros de casa. Asistimos a la celebración religiosa y después fuimos al grupo llamado Santo Tomás. El único requisito para unirse al grupo era dejar de beber. La gente allí estaba tan contenta de mi llegada que me organizaron una fiesta e hicieron tamales en mi honor.
Me costó cuatro años rehabilitarme. Mi primer trabajo en el grupo fue ayudar a servir las mesas para sus funciones. Más tarde, conforme me fuí convirtiendo en un miembro fiable del grupo, fuí elegido como su representante para participar en la conferencia de San Salvador. Empecé a darme cuenta de que la gente me trataba de forma diferente. Ya nunca me evitaban; al contrario, la gente empezaba a tratarme con respeto. Supe que quería ser Cristiano, para lo cual tenía que hacer los cursos necesarios para ser miembro de la iglesia. Durante ese tiempo perdí el miedo a hablar en público. Algunas veces la persona responsable de coordinar las reuniones de AA estaba ausente, y me pidieron que liderara la reflexión sobre la escritura. Al principio estaba sobrecogido debido no solo a mi falta de experiencia sino también a mi falta de preparación, pero los 20 miembros del grupo estuvieron de acuerdo en que yo debería hacer el esfuerzo.
Así comenzó mi trabajo liderando el culto Cristiano. Esto coincidió con la tumultuosa guerra civil en nuestro país en la que hubo muchas persecuciones de líderes religiosos. Devotamente escuchaba la radio cuando el Arzobispo Romero predicaba sus homilías matinales acerca de las injusticias contra los pobres. El despertó en mi un espíritu de conciencia social. Compartía sus mensajes con la gente de mi grupo durante las tardes. A algunos les gustaban a otros no. De hecho, algunos fueron al Párroco local y le dijeron lo que yo estaba haciendo, el Párroco me llamó y me mandó que de inmediato pusiera fin a esos comentarios. Me sorprendió que estuviera en desacuerdo con el Arzobispo y le pregunté cuales eran sus razones. Me dijo que Romero era un comunista/subversivo y un político. Mi fe flaqueó cuando escuché eso. Estaba muy decepcionado a nivel personal. Esta falta de acuerdo entre el clero realmente sacudió mi fe. Descubrí que además de mí otros cinco lideres de la comunidad fueron denunciados durante una celebración y llamados subversivos. El sacerdote alentó a la gente a evitarnos. Muchos desconfiaban de nosotros y temían acercarse porque se consideraba que los sacerdotes eran la voz de Dios.
Nuestra respuesta a las amenazas y demandas del sacerdote local fue formar nuestra propia comunidad cristiana de base al margen de la jerarquía del sacerdote local. Pero hubo un acontecimiento aún más crítico que nos obligó a tomar esa decisión. Lo que sigue es la cronología que nos llevó a esa decisión.
Antes de salir de mi aldea, tuvimos una gran fiesta para celebrar la fecha de su aniversario. De alguna manera tuvimos noticias de que el Arzobispo Romero estaría en un pueblo cercano conmemorando el primer aniversario del asesinato de un catequista injustamente acusado de ladrón. La gente de mi pueblo me envió a Romero para pedirle que nos ayudara a celebrar misa. Mucha gente hacia fila en sillas para pedir ayuda personal a Romero en la búsqueda de un ser querido desaparecido o asesinado. Esperé mi turno y le hice mi petición. Me dijo que ese día era imposible pero invitó a cualquiera de nosotros a que viniera a la celebración por el catequista asesinado. Luego se ofreció a venir el sábado siguiente. Pensé que era una propuesta muy buena.
Cuando a la semana siguiente Romero vino a predicar a nuestra iglesia, su mensaje fue claro denunciando la violación, sobre la que había oído hablar, de las jóvenes en el coro de la iglesia por los escuadrones de la muerte. El sacerdote estaba preocupado por este hecho y nos culpó por haberle pedido a Romero que lo incluyese en su mensaje, aunque nosotros no tuvimos nada que ver con el contenido de su mensaje. El lo había oído a través de fuentes independientes. Sin embargo, a las 5 AM del día siguiente unos extraños llegaron en nuestra búsqueda y fuimos avisados para que huyéramos. No preste atención durante el día, aunque tomé precauciones durante la noche durmiendo en las montañas. Todo el pueblo recibió una segunda amenaza a las 10 AM, la cual tomamos más en serio y organizamos a los niños y a las mujeres para evacuar. Al mediodía llegaron unos jóvenes anunciando que las escuadras de la muerte estaban en camino y que saliéramos a escape. El hombre enfrente de mi recibió un disparo y murió. Yo caí sobre una piedra mientras oía las balas zumbando sobre mi cabeza. Las balas no me alcanzaron mientras caía. Cuando miré hacia atrás, ví a un hombre con un rifle apuntando hacia mí. Cada cual se dispersó en diferentes direcciones. Llegué a San José e informé de lo que había sucedido e insistí en que teníamos que regresar más tarde para saber que había ocurrido a los supervivientes. Pasé la noche en San José con mis suegros. A la mañana siguiente, mi familia y yo acudimos a un centro de refugiados donde ya habían oído la noticia. Nosotros permanecimos allí dos años.
Más tarde viví en el seminario Luterano en San Salvador, el cual servía de refugio para mucha gente. Fuí su coordinador trabajando con diferentes sacerdotes. En 1979 cuando tenía 32 años, unos cuantos de nosotros tomamos una decisión consciente.
Un amigo me hizo saber que había una parcela de tierra a la venta. Algunos le preguntamos al sacerdote si podríamos obtener un préstamo para comprar esa tierra para nuestra comunidad cristiana de base pero no obtuvimos respuesta. Sin embargo, un día más tarde el sacerdote nos preguntó por el precio. Le dijimos que era de 550 colones. Nos dió el dinero y nos indicó que hiciéramos la compra. El amigo nos dijo que nos trasladáramos allí inmediatamente. A partir de entonces estuvimos afiliados en las comunidades cristianas de base.
Fuimos muy sistemáticos a la hora de establecer nuestras comunidades. El primer paso en su organización era centrarse en las necesidades de la propia comunidad. A continuación les enseñábamos la Biblia. Después enseñábamos a la gente a vivir su propia realidad. El cuarto paso era organizar un grupo de pastoral dentro de la comunidad para que se hiciera cargo de la liturgia y el diaconado. Mis responsabilidades estaban centradas en la enseñanza. En coordinación con el programa social Católico existente, Caritas, trabajamos juntos en el trabajo agrícola, cultivando plantaciones de frijoles, arroz y cultivos para producir aceite. Mi mujer y mis seis hijos (2 chicos y 4 chicas) fueron mis constantes compañeros durante estos años. Nos apoyábamos unos a otros poniendo nuestra fe en acción.
Nuestras experiencias con los sacerdotes siempre variaban dependiendo de sus sesgos personales acerca de las “opciones hacia los pobres”, algunos eran de gran ayuda deseosos de trabajar con nosotros mientras que otros estaban totalmente en contra. El sacerdote de Santa Tecla nos dió formación como misioneros durante seis meses. Con esa bendición pronto empezamos a celebrar matrimonios y bautismos. El párroco local no nos apoyó y nos acusó de formar parte de las guerrillas, pero nosotros continuamos con nuestro trabajo. Fuimos a las comunidades rurales y allí tuvimos una maravillosa experiencia. Disfrutábamos de la música durante nuestras celebraciones. Otro sacerdote de España nos enseñó a trabajar en equipo usando a la vez la liturgia y la profecía. Tuve la fortuna de viajar a Costa Rica para recibir formación adicional así como asistir a reuniones en los países latinoamericanos de Honduras, Guatemala y Nicaragua.
Desde 1982 a 1984 trabajé en comunidades rurales donde la mentalidad del sacerdote estaba cerca del punto de vista de Romero. En 1985 tuve la oportunidad de estudiar en Columbia teatro dramático religioso tal como usar el poder de la Pasión durante la Cuaresma/Pascua.
La gente mostró interés en construir una capilla, la cual se terminó en 1995. En la actualidad mi cargo en la comunidad es el de agente de pastoral. Distribuyo el Sacramento de la Sagrada Comunión entre nuestra comunidad de creyentes. En este momento hay cuarenta familias en nuestra comunidad. Mientras trabajamos en comunidad, muchos de nosotros también tenemos trabajos fuera de la comunidad. Por ejemplo, yo trabajo en una ONG en el campo de la educación pero todavía tengo tiempo para dedicarlo a mi propia comunidad, así como para relacionarme con otras comunidades cristianas de base. Estamos formados por diferentes grupos que trabajamos juntos para todos. El grupo de diaconado proporciona becas. Uno de mis hijos coordina las becas. Mi mujer participa activamente en un grupo de mujeres formado por veinte de ellas que venden pan, cuidan de los ancianos, y han sido cualificadas para poner en marcha una panadería. Aprenden destrezas para hacer medicinas naturales, jabón y champú. El grupo de juventud hace teatro y danza. Algunas de las personas con discapacidades físicas y mentales acuden a lugares especialmente designados para ellos mientras que otros permanecen en la comunidad.
Mis cuatro primeros hijos asistieron a la escuela hasta secundaria. Uno se graduó en derecho para ser juez. El más joven está estudiando en la Universidad Nacional en el campo de la ecología. Mi hijo mayor tiene 38 años y me ayuda en mi trabajo.
Nuestra comunidad está bendecida con el hermanamiento con una iglesia en Cincinati, Ohio, la cual nos ayuda a alcanzar muchos de nuestros objetivos, que de otra manera no hubiéramos sido capaces de alcanzar. Nos ayudaron a construir una casa pastoral que sirve como centro comunitario pero que también sirve como casa de huéspedes para las delegaciones que vienen a visitarnos. Nuestros jóvenes juegan al fútbol en los alrededores de la misma, proporcionándoles la oportunidad de practicar actividades físicas constructivas. Uno de nuestros sueños es construir un taller para hacer y vender nuestras mercancías.
Las ventajas de vivir y trabajar en una comunidad cristiana de base son numerosas.
Ante todo, todos nosotros somos iguales y estamos unidos en Jesucristo, lo cual resulta en solidaridad y hermandad entre nosotros. Podemos resolver nuestros problemas juntos. Hace unos pocos días alguien se rompió una pierna y necesitó una operación; otra persona tuvo cálculos biliares. La comunidad trabajó junta para conseguir el dinero necesario para cubrir los gastos médicos. Nuestro objetivo es vivir nuestra espiritualidad a través de nuestras acciones. Podemos compartir con otras religiones, como los luteranos, y disfrutar recibiendo delegaciones de otras partes del mundo; un pastor de Suecia recientemente celebró un servicio muy bonito para nosotros. Valoramos la historia de otras iglesias y reconocemos sus propios mártires. Es bonito aprender de cada una de nuestras culturas a través del intercambio de experiencias. También creemos que viviendo en una pequeña comunidad cristiana de base hay menos probabilidades de ser infiltrados por las pandillas que en otras áreas porque somos muy cuidadosos en desalentar a nuestros jóvenes a cerca de esas interacciones. Este es un gran desafío porque es difícil de mantener el balance debido a la desintegración familiar que se produce cuando los padres dejan el país y los hijos son dejados al cuidado de un miembro de la familia a quien pueden no respetar. Sabemos que la vida en las pandillas lleva a estos jóvenes a las drogas y a la prostitución. Nuestro sueño es crear trabajos dentro de la comunidad, como la panadería y los talleres (carpintería, soldadura), para proporcionar a nuestros jóvenes las destrezas que les permitan mantenerse dentro de la comunidad. Tratamos de reconocer los talentos que vemos en nuestros jóvenes – talentos musicales, habilidades de panadería, o cualesquiera otros que posean – resaltándolos y ponerlos todos en común.
Las desventajas de vivir en una comunidad cristiana de base son que algunas veces entramos en conflicto con la jerarquía de la iglesia formal, con los sacerdotes y obispos. Ahora mismo tenemos un sacerdote que nos comprende y confía en nosotros.
En mi tiempo libre disfruto visitando familias de otras comunidades. Me gusta encontrarme en las reuniones anuales con personas de otras comunidades cristianas de base. El año pasado nos reunimos en Honduras. Esta semana nos reuniremos en nuestro país en el departamento de Morazán. El obispo del Salvador no quiere involucrarse en nuestra organización, por eso trabajamos a nuestro aire para coordinarnos sin su ayuda.
Son tres los grandes desengaños de mi vida. El primero es el tiempo que me llevó reconocer que era un alcohólico y como desperdicié gran parte de mi vida. Mi mujer María, podría haberme abandonado. El segundo es que en mi trabajo veo muchos sacerdotes que no apoyan nuestro trabajo en las comunidades rurales porque lo ven como comprometiendo y amenazando su propio trabajo. El último, habiendo vivido nuestra guerra civil y siendo testigo de todo su sufrimiento y violencia, me decepciona que todo ello no terminara cuando la guerra terminó. Aún ahora continuamos viviendo en la inseguridad resultante de la misma.
Quiero que la gente sepa que Dios me ha ayudado a ser testigo ante los demás. Soy diabético y una vez estuve a las puertas de la muerte. Se me dió la oportunidad de vivir y servir, y soy feliz por tener esa oportunidad de compartir el testimonio gracias a la misericordia de Dios. A menudo comparto esta historia con aquellos que muestran interés en oírla.
Un día mientras limpiaba la iglesia, me quedé ciego de repente. Solo veía sombras. Estuve ciego durante ocho días. Le pedí a Monseñor Romero que le pidiera a Dios que me curase. A las 5 PM del jueves del octavo día, comencé a sentir que algo se movía a través de mi cara y de repente pude ver otra vez. Creo que fue un milagro de Dios con la ayuda del obispo.
Compartir esta experiencia con otros me ha hecho más que un compañero espiritual en la comunidad, uno de koinonía. Lo que constantemente nos recuerda que Jesús tiene que ser el centro de la comunidad alrededor de la cual nosotros nos enfocamos y nuestro trabajo debe girar.
Nota del editor: a pesar de que las temperaturas de tres dígitos se elevan, mi cuerpo se estremece de escalofríos oyendo a este hombre de habla suave compartir su vida. Después de contar la historia del milagro de su ceguera, le pregunté si sintió que el calor que se elevaba a través de su cuerpo en los campos aquel 7 de junio urgiéndole a asistir a la reunión de AA era Dios que le hablaba. Sin un segundo de duda, sonrió y respondió, ¡“por supuesto que era Él”!
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