Neris Amanda Gonzales
Translated by Jenna Knapp
“Yo solo quería enseñar a los campesinos a leer y escribir. Todavía no acepto que fui torturada por este motivo. No estaba armada.”
Nota del editor: Después de la entrevista, leí el testimonio de Neris de 157 páginas en el transcripto de su caso civil en julio 2002 contra dos generales Salvadoreños quienes fueron los autores intelectuales de las atrocidades cometidos por sus subordinantes, incluyendo el secuestro y tortura inhumana de Neris. Me admiraba de su capacidad de sobrevivir abuso físico y psicológico tan horrible y llevar el caso a la corte, lo cual implicaba estar cara a cara con estos dos hombres ex-generales día tras día por un mes. Ganó el primer caso de su país en la corte civil de violaciones de los derechos humanos. ¿Su ofensa o delito? Fue el hecho de enseñar a los campesinos a contar hasta 100 para acabar con las injusticias que sufrían.
Mientras se preparaba por su caso en la corte, ella recibía tratamiento psicológico por su trauma en el Marjorie Kovler Center para sobrevivientes de tortura en Chicago. También fundó una organización que se llama ECOVIDA, un programa enfocado en la enseñanza de historia, temas ambientales, la nutrición, y la justicia social, para jóvenes estudiantes de primaria y secundaria en el barrio Pilsen, una comunidad de inmigrantes en Chicago.
Mucha de la historia de Neris ha sido escrita, y no la quiero repetir. Sin embargo, nosotros pedíamos que compartiera anécdotas de su vida que aun no las ha compartido con el público. Se ríe al contarnos de los recuerdos que tiene de su abuela. Incluyo muchos de los recuerdos aquí porque parece que la sabiduría, fuerza, y tenacidad que su abuela le sigan guiando en la vida.
Neris Gonzales
Yo fui la tercera de doce hijos en mi familia. Vivíamos en la comunidad de San Nicolás Lempa en el departamento de San Vicente. Tengo dos fechas de nacimiento, el real es el 26 de Mayo del 1955, (a las 4am cuando cantó el gallo, según mi abuela quien fue mi partera), y mi cumpleaños oficial en la alcaldía el 15 de julio. Era común que la gente se esperaba para viajar juntos cuando había transporte para asentar a sus hijos en la alcaldía.
Los padres de mi papá se murieron cuando él estaba chiquito, dejándolo como huérfano cuando él tenía 5 años. Él era de la ciudad y trabajaba allá como ingeniero construyendo puentes, aunque nunca había estudiado, sino aprendió él sólo. Cada dos semanas él llegaba a la casa. Aunque él nunca había estudiado, insistía que nosotros recibiéramos una educación. Él ganaba un poco más de la gente que vivía en nuestra comunidad, entonces cuando él venía, siempre traía dulces y soda para todos los niños de la comunidad. También apoyaba a las familias de los hermanos de mi madre, quienes comían con nosotros.
Yo vivía bajo el régimen de mi abuela. Ella nos disciplinaba de una forma estricta. Ella nos enseñaba las cosas una sola vez y esperaba que fuéramos expertos después de la primera enseñanza. Aprendíamos fijarnos muy bien para que no nos pegara. Aprendíamos depender de nosotros mismos de una temprana edad. Cuando tenía 6 o 7 años mi abuela me había enseñado mucho de la cultura, la educación formal, y los deberes de la casa. Me enseño lavar maíz, prender el fuego, lavar trastes, lavar mi ropa, y cuidar a los bebés. Yo cambiaba sus pañales, preparaba sus pachas, cambiaba su ropita, y los dormía. Nosotros nos levantábamos a las 4am, jalábamos agua, hacíamos los deberes de la casa, caminábamos dos horas a la escuela, y a la hora de venir de la escuela nos poníamos a vender pan. No podíamos volver a casa hasta que todo el pan se vendía. Luego cenábamos, llenábamos los barriles de agua, les dábamos de comer a los chiquitos, y los dormíamos.
Mi abuela vivía sola en una casa a la par de la nuestra. Había una culebra venenosa que se quedaba en la casa de ella por en veces, y nosotros no entrabamos hasta que estábamos seguros de que la culebra no estaba. Ella tenía un jardín de hermosas flores de diferentes olores. Mi abuela tenía un huerto de vegetales donde sembraba de toda verdura que ocupábamos en la cocina a diario como tomates, chile verde y picoso, ejotes, ayotes y pipianes, hierbas de olores, albahaca, hierba buena etc. Sembraba ejote de rienda o ejote largo, frijoles monos o negritos, arboles de pito y más verduras del campo. Criaba gallinas, patos, pavos, y cuches. Nosotros dábamos de comer a los animales y los cuidábamos. Nuestras comunidades eran rica en la agricultura o sea el mono cultivo: arroz, frijol, caña de azúcar, algodón, maíz, maicillo o sorgo, café, y frutas por toda la zona costera y el volcán Chinchontepec de San Vicente.
Crecer en el campo es la mejor calidad de vida que uno puede tener. Yo me recuerdo que mi abuela me quería enseñar a moler maíz con una piedra de moler y cuando no lo hice bien, me pegaba con un lazo. Trataba de hacer tortillas como las de ella pero la masa se me quedaba pegada en las manos y me pegaba. No me gustaba prender el fuego con leña porque era mi tez de piel era muy chelita y delicada y me quemaba los brazos y se me ponía muy roja la piel por las llamas del fuego del comal de la hornilla de barro. No nos teníamos que quejar porque al protestar nos iba de mal en peor.
Mi abuela nos enseñaba ajuntar leña, partirla con machete y con hacha. Nos daba pena andar con hacha porque la gente se nos quedaba viendo. Mi abuela también nos enseñó amarrar leña y cargarla en la cabeza sin que se cayera. No era cuestión de fuerza, sino estrategia. Nos enseñó una sola vez y luego esperaba que aprendiéramos. En aquel entonces, pensaba que mucho nos regañaba pero hoy me doy cuenta que nos estaba enseñando lecciones muy valiosas de la vida que teníamos que aprender. Hoy aprecio muchos estos aprendizajes y recuerdos que son muy valiosos que están llenos de valores y es una cultura bien campesina y estos recuerdos jamás se me olvidan y son aprendizajes para siempre para mí.
Mi abuela tenía su frase favorita que podía adaptar para cualquier situación. Siempre decía, “ buenos, hijos de mil putas que no tienen cerebro! Sean creativos porque si no, están perdidos en este mundo. Nosotros somos pobres porque el gobierno nos tiene así, esos hijos de mil putas, pero somos ricos de la mente, sean creativos hijos de mil putas.” A los años me daba cuenta que eso era una reflexión del amor que nos tenía; nos estaba motivando y retando a los desafíos.
Mi abuela no dejaba que fuéramos haraganas. Nos prohibía acostarnos en la hamaca. Si nos hallaban acostados, nos decía, “Hijos de mil putas. Están cansados o enfermos?” Nunca podíamos descansar porque siempre había oficios que hacer. Aun así, ella nos hizo un pequeño columpio en un árbol y en la noche cuando había una luna llena nos dejaba jugar allí con otros niños.
Todo lo que comíamos era orgánico porque mi abuela entendía la ecología y como cuidar la tierra. En nuestra casa, el suelo era de tierra y cuando barríamos, juntábamos la tierra y agregábamos hojas secas para hacer abono orgánico. Nos enseñaba la importancia de agregar compostaje a la tierra de esta manera: Nos hacíamos quitar la camisa bajo el sol para explicarnos que el compostaje protegía la tierra y abonaba nutrientes para fertilizarla. Si nos hallaba capturando y matando mariposas después de las lluvias, o capturando pájaros, nos pegaba por no dejar que el ciclo de vida continuara.
En nuestra comunidad, había cuatro parteras. Mi abuela era una de ellas. Ella le ayudó a mi mamá con los 12 hijos que tuvo, y hasta la fecha ninguna de nosotros ha sido hospitalizado ni una sola vez. Me recuerdo que se iba con un guacal y una vela cuando un bebé iba a nacer. Ella usaba medicina natural. Los domingos, la gente llegaba para que curara a sus hijos que sufrían de empacho o de ojo. Ella los curaba.
Nuestra familia tenía una pequeña parcela de terreno, como la mayoría de familias en nuestra comunidad. Los oligarcas tenían haciendas muy grandes y trataban de convencerlos de que nosotros éramos pobres. Éramos pobres en cuanto a los recursos, pero no éramos pobres de mente. El río lempa era rico en diferentes tipos de pescado, almejas, cacaricos, y chacalines. Tenía agua puro y era caudaloso. Tenía una isla en medio del rio y una montana con árboles maderables y de sombra todo el año. Siempre teníamos algo que comer.
Mi mamá era campesina y ama de casa. Hacía oficios domésticos y mi papá trabajaba en la ciudad como ingeniero nato. Él no sabía leer ni escribir pero era un matemático y sabía bien la raíz cuadrada. Hacia en el aire las cuentas. Mi mamá aprendió hacer vestidos de niña y horneaba pan para vender en la comunidad. Luego mi papá puso una tienda en la casa. Yo compraba cosas de la canasta básica y cigarros que vendíamos en la tienda. Nuestra casa estábamos en una cruz calle y de esquina y la gente pasaba a comprar cuando venían de trabajar.
Vivíamos en San Vicente cerca del río, donde estaba todas las plantaciones de la agricultura donde cultivaban el algodón, el café, caña de azúcar etc. Cuando venía los campesinos de cortar algodón, se quedaban en la tienda un rato. Muchos compraban y a otros se les daba fiado hasta el día de pago. Yo sabía leer y escribir, y empezaba a darme cuenta que en las haciendas, muchos de los dueños estaban explotando y abusando de ellos. Los maltrataban y no los veían como humanos a sus empleados, como la mayoría de los campesinos no sabían leer ni escribir.
Por ejemplo, pesaban su corta de algodón un sacos de 100 libras, pero solo les pagaban por 50 libras. Luego pedían que el trabajador pusiera su huella para aceptar el sueldo porque no sabían firmar y aquí también le robaban su dinero trabajado arduamente de sol a sol. Claro que no les alcanzaba pagar lo que debían en nuestra tienda porque los estaban robando y explotando. Le pregunté a mi madre que porque pasaba eso, y me dijo que no me involucrara en eso porque la Guardia Nacional estaba allí al servicio de los ricos y me podían hacer algo por ser preguntona. Ella tenía miedo de la Guardia Nacional y de la policía de Hacienda que eran los que cuidaban las algodoneras y los cafetales del los cafetaleros y los hacendados de algodón.
Padre Rutilio Grande nos visitó en la parroquia y nos habló de la teología de la liberación. Junto con Padre David Rodríguez párroco de la iglesia de Tecoluca San Vicente, estaban organizando a los jóvenes para que fueran catequistas. Daban reflexiones bíblicas y formaban comunidades cristianas de base. Le pregunté a Padre Rutilio como debería de hacer el mejor servicio de catequesis o evangelizadores en las comunidades de base, en cuanto al tema de las injusticia y las violaciones a los derechos humanos que sufrían los campesinos trabajadores. Él nos dijo que era un problema grave y nos compartió un texto de la Biblia. Nos dijo que nos comparábamos con los personajes de la historia de la Biblia, y que volviéramos a la siguiente reunión con nuestras propias propuestas de cómo resolver el problema.
Los trabajadores tenían otras dificultades también. Los trataban como animales. Ellos trabajaban todo el día, y les daban solo una tortilla de sorgo, ni siquiera de maíz, con frijoles que comían con una gran tortilla de maicillo en la mano llevaban cucarachas y ratones y el pobre campesino solo le tocaba que sacar los ratones y las cucarachas para comerse los frijoles.
Nuestro grupo de jóvenes catequista decidió que podríamos hacer campañas de alfabetización y salud para apoyar a los trabajadores campesinos. Si les enseñábamos como contar del uno al 100, nos les podrían engañar a la hora de pesar el producto y pagarles su jornal de trabajo. Les enseñamos, a leer, escribir y contar los números y como firmar. Mis padres, no sabían que estaba involucrada en esas actividades de catecismo, porque enseñar a los campesinos era peligroso y después de la misa con Padre Rutilio y David Rodríguez, nos quedábamos en la noche a la reunión de la juventud de catequistas.
Los patrones no les gustaban que los trabajadores empezaran a contar sus libras de algodón cortadas y su pago y firmar (y les obligaron a no firmar). Se sentían amenazados los trabajadores (quienes se daban cuenta de las injusticias) empezaban a protestar por las injusticias y los maltratos y abusos injusto. Empezaron a llegar camionadas de la Guardia Nacional los días del pago, y las amenazas y persecución empezó.
En 1976, la opresión incrementó contra los estudiantes, campesinos, sacerdotes, monjas, y catequistas, maestros, médicos, etc. Amenazas, capturas, torturas y desapariciones fueron comunes. Un hombre de la guardia nacional le decía a mi padre que tenía una hija subversiva y mi papá lo negaba, diciendo que yo era muy trabajadora en su tienda. Como mi papá era muy respetado en la comunidad, no hacíamos mucho caso a las amenazas de la guardia nacional contra los campesinos que comenzaban a luchar y exigir sus derechos al inicio.
En la noche cuando escuchábamos que los perros ladraban, sabíamos que venía la guardia a sacar a alguien y sonábamos la campana de la iglesia para tratar de prevenir la captura, tortura y desaparecimiento. Los de la comunidad arriba de nosotros tiraban cuetes cuando llegaba la guardia para avisarnos y así darnos tiempo para irnos a esconder en la montaña.
Asesinaron a Padre Rutilio Grande en 1977. Este evento transformó Padre Romero, quien era su amigo cercano, para que levantar más la voz contra la injusticia. Luego le nombraron arzobispo. No nos intimidaron con las amenazas, y la represión, nos motivaba organizarnos más porque ya éramos consiente de la realidad y sensibilizados de las injusticias. Empezamos a organizarnos en sindicatos y movimientos sociales. Éramos trabajadores y estudiantes luchando por los derechos humanos de todos. No nos dábamos por vencido a pesar de la persecución. Pero la persecución incrementó. Hubo grandes masacres por todo el país, incluyendo en nuestro cantón y en el cantón arribita de nosotros. En nuestro pueblo, casi todos los que no se murieron en la masacre (incluyendo dos hermanos míos) emigraron para los Estados Unidos el día siguiente. El ejército estaba reclutando jóvenes a la fuerza, y mis hermanos no querían ser reclutados. Nosotros, los sobrevivientes, somos marcados por siempre por esta masacre.
Aunque trataba de esconder el hecho de que estaba involucrada en los movimientos sociales, era difícil taparlo. Mi esposo también estaba activo en el movimiento social que era un conflicto de reclamar justicia y que nos resolvieran los justos programas sociales de las comunidades con respeto y dignidad. A él lo capturan y lo desaparecieron. (Miles de Salvadoreños fueron desaparecidos durante los movimientos sociales interno y luego vino una cruel guerra. No se sabe qué fin tuvieron, y sus familiares aun esperan que pudieran estar vivos). Teníamos dos hijas y estaba embarazada con nuestro tercer hijo cuando desaparecieron a mi esposo.
El día 26 de diciembre, 1979, a las 12 del medio día fui al mercado de San Vicente. Compré los mercados de la tienda y mi gasto fue de 500 colones y unas cositas más cuando salía del mercado, la Guardia Nacional me capturan, acusándome de ser subversiva. Mi único “crimen” era organizarme con los demás para luchar por los derechos humanos. Nosotros no estábamos armados. Éramos la sociedad civil, organizando en comunidades de base por los derechos humanos. Los primeros 15 años de mi vida eran muy bonitos. De 16 a 20, mi vida era llena de persecución. Los del mercado ya me conocían y negaban que era subversiva diciendo que era una persona muy trabajadora. No podrían detener los horrores que me esperaban.
La Guardia me llevó al sótano de una prisión clandestina y me torturaron por 2 semanas. Todavía me cuesta mucho acordarme de este tiempo, pero básicamente me torturaban con choques eléctricos, la capucha con cal, me sumergían en una pila de agua hasta que me estaba ahogando me sacaban del pelo y me volvían a meter y así sucesivamente me tenían haciéndome practicas de ahogarme en agua. La Guardia me violaban constantemente y me quemaban con cigarros. Me quitaron las uñas con una tenaza, y me hacían ver la tortura de los demás. Tenía 8 meses de embarazo.
Trataba de enfocarme psicológicamente en los consejos de Padre Rutilio, de que teníamos que luchar por nuestra dignidad cuando enfrentábamos situaciones muy duros. Nos enseñó que Jesús luchó contra la injusticia sin abandonar a sus hermanos y hermanas. Yo negaba entregar a otros catequistas, porque estábamos luchando juntos contra las injusticias. Sabíamos que éramos líderes de comunidades defendiendo los derechos humanos. Nuestro único “crimen” fue el hecho de concientizar a la comunidad con la teología de la liberación. Luchar contra la injusticia nos permitió ser seres humanos con sentimientos y valores. Sin esta conciencia social y sin organización, todavía estuviéramos dormidos, ciegos, sordos y sedados. Las autoridades todavía nos estuvieron aplastando sin que nosotros nos defendiéramos.
Después de torturarme por dos semanas, los de la Guardia tiraron mi cuerpo en un basurero de san Vicente, pensando que estaba muerta. Allí es donde me obligaron a tener un parto forzoso por la tortura a mi hijo. En las mañanas, las monjas, sacerdotes y comunidad salían a buscar cadáveres en las calles diariamente porque los escuadrones de la muerte a diario votaban personas que capturaban y torturaban. Los hallaban en las calles descuartizados y ellos y ellas los identificaban en los basureros humanos. Uno de ellos escuchó el llanto de mi bebé mientras yo aun estaba en coma, y se dio cuenta que yo aun estaba con vida. No me recuerdo todo eso. Mi hijo se murió luego.
La gente de San Vicente me identificó como catequista y me llevaron a San Salvador a una casa clandestina operada por Enrique Álvarez Córdoba, quien conocía personalmente. Él asumía el costo de mi atención médica. Gracias a él estoy viva. Luego seguía recuperándome en un convento y todo esto yo estaba en coma o vegetal.
(Enrique y sus familiares eran dueños de haciendas y cafetaleros, pero él simpatizaba con la lucha de los campesinos por justicia. Trataba a sus trabajadores con dignidad y respeto y valoraba su trabajo. Trabajó duro por una reforma agraria justa y digna antes de que fue asesinado porque sus ideas no eran populares con los demás oligarca cafetaleros y terratenientes).
Nosotros luchábamos por un cambio justo de calidad de vida y salarios humanos. Queríamos que nos incluyeran y para no ser excluidos e ignorados, explotados, reprimidos, y oprimidos. Yo como una niña adolescente simplemente enseñaba a los campesinos a leer y escribir y contar los números. Todavía no acepto que fui torturada y que torturaron y asesinaron a mi hijo en mi vientre por esta razón de ensenar al campesino. No andaba armada. No estaba en la guerrilla; no existía la guerrilla en 1979, tal vez grupos armados, pero yo como campesina no me daba cuenta de lo que pasaba si era guerrilla o grupos armados. Simple y sencillamente era una catequista organizadora de las comunidades de base. No sabía nada de los grupos armados en ese entonces. Simplemente no entendía porque los ricos estaban explotando a los pobres; esa era mi gran pregunta. Siempre hacia esa pregunta a mi abuela y ella me decía, “Mira hija, esos hijos de mil putas no tiene sentimientos humanos; son peligrosos y buenos para torturar y matar a ojos vendados y manos amarradas.”
Monseñor Romero estaba recibiendo amenazas de muerte por su solidaridad y humanidad con los que estaban involucrados en los movimientos sociales reclamando sus derechos de vida, derechos humanos y respeto a la vida digna. Entendía que la violencia estaba patrocinada por el apoyo financiero del Presidente Jimmy Carter de los Estados Unidos. Le escribió una carta, rogándole a cesar la matanza de su pueblo. Carter no le respondió. (En los años de Reagan, los EE.UU. donaba 1 millón de dolores en ayuda militar cada día por 12 años). El día 24 de marzo, 1980, Monseñor Romero fue asesinado.
Ahora entiendo que no era simplemente ayuda económica la que ofrecía los EE.UU. sino los oligarcas hicieron un trato con el gobierno de los EE. UU. Para que los EE.UU. patrocinara la guerra para poder seguir exportando sus productos. La guerra es simplemente un trato sucio de negocio. Soldados Salvadoreños fueron entrenados en la Escuela de las Américas (SOA) primero en Panamá y luego en Fort Benning, Georgia, para que nos vinieran a matar. Muchos batallones fueron entrenados allí y aprendieron como reprimir y torturar, masacrar a la gente. Este entrenamiento hizo posible las masacres de la gente que trabajaba en las haciendas. (Roberto D’Aubuisson, el autor intelectual del asesinato de Monseñor Romero es el fundador de los escuadrones de la muerte y estudió en la Escuela de las Américas. Le decían “Blowtorch Bob” porque soplete era su tortura preferida a la hora de torturar a la gente. En la SOA enseñan tortura, tácticas de interrogación, secuestro, y ejecución, todo en nombre de “relaciones exteriores.” A pesar de las protestas en contra de la escuela, sigue en pie con el nombre “Instituto del Hemisferio Occidental para la Corporación en Seguridad. Hace poco abrieron una sede sucursal en El Salvador.
Después de la guerra, el trauma abundaba en el país. Comunidades volvían de Honduras, de las montañas, o de donde sea que se habían ido a huir. Necesitaban quienes los acompañaran en la repoblación, y personas de ONGs, derechos humanos, e iglesias empezaron a acompañarlos. Dos personas muy especiales para mi, Jean Stokan y Scott Wright me ayudaron sacar la visa para ir a Chicago y recibir tratamiento psicológico en el Majorie Kovler Center para sobrevivientes de tortura. Me fui en 1997. La evaluación en si duró un año, y pasaba varios días de cada semana en terapia psicológica y de corporal. Me di cuenta que el tratamiento iba a durar mucho más que había anticipada, y peleé por asilo político en los EE.UU. Pasé 11 años en Chicago, trabajando y recibiendo tratamiento. Uno nunca termina de sanar de las heridas de tortura, pero la terapia alivia mucha del trauma que le queda a uno. Para mi es paradójico que las personas que me torturaron a mi fueron entrenados en los EE.UU., el mismo país que me está dando tratamiento para sanar.
Conocí a Padre Carlos en mi barrio en Chicago y me dio un cuarto en el ex-convento. Yo quería un espacio propio en ese entonces. Vivía en Pilsen, una comunidad de inmigrantes que parecía mucho a El Salvador en cuanto a los problemas sociales. Los jóvenes dejaban de estudiar, había mucha obesidad, la gente comía de los basureros, etc. Yo le dije a Padre Carlos que quería enseñar una clase de ecología como forma de concientización. Él me dijo, “Estás loca. Quien lo entenderá?” Yo insistía que lo tenía que enseñar. Me dio permiso de enseñar la clase. Enseñaba nutrición y organizaba proyectos sociales.
Luego fundé ECOVIDA, una organización que promueve métodos sostenibles de agricultura orgánica. Los niños aprendían en las escuelas con los jardines escolares cultivo huertos en la ciudad y hacer compostaje. Me gustaba enseñar y me identificaba con los estudiantes. Enseñé un programa después de la escuela donde enseñaba muchos temas. Incorporaba teatro, música, comida, la cultura e historia, etc. Enseñaba ecología y medicina natural. Quería que entendieran el valor de ser saludable.
También tocamos el tema del racismo y de las pandillas. Yo no me refería a la pandilla como el problema, sino hablamos de los problemas sociales, porque es un problema social. Los llevaba a campar, hacíamos convivios con jóvenes de otros estados, y llegamos a ser reconocidos a nivel nacional. Siete organizaciones distintas nos patrocinaban. Además de recibir mis terapias y enseñar, peleaba mi caso de asilo político y también peleaba mi caso por justicia con el Centro de Justicia y Responsabilidad (Center for Justice and Accountability) quienes llevaban mi caso legal contra los generales José Guillermo García y Carlos Eugenio Vides Casanova, que fueron los autores intelectuales de mi captura y tortura. Cuando se gané el caso, este caso, hizo posible para abrí un portón para que otros casos entraran para seguir los casos de criminales de derechos humanos para hacer justicia.
Fue muy difícil irme de Chicago. Sin embargo, se me enfermó mi madre y me tenía que volver a El Salvador para cuidarla. Ella se murió de insuficiencia renal hace dos años. También, mi hermana tiene necesidades especiales, y ahora me toca cuidarla a ella.
A veces me siento destrozada porque hemos luchado tanto y porque tanta gente fue desaparecida, asesinada, y torturada. Sólo la fe y la esperanza, le motiva a uno. Necesitamos cambios en nuestro país, y esperamos que el partido político en el poder lo pueda hacer realidad incluyendo la opinión del más humilde de las comunidades y que sea incluyente e integro, y que sepa escuchar con atenciones con personas capaces de entender y de sacar adelante el país.
Siempre creo en el cambio. Ahora como una trabajadora social, somos agentes de cambios sociales y proyección social. Esa esperanza me motiva a seguir luchando por mi gente y a seguir organizándolos y concientizándolos. Creo en el desarrollo humano integro y creo mucho en el desarrollo de la agricultura; una agricultura integra como soñaba Enrique Álvarez Córdova en una reforma agraria integra social. Tengo fe que con el FMLN, en el poder, es el comienzo del cambio, pero no es fácil mientras no se pueda abolir el sistema judicial y tener abogados y jueces honestos, limpios, justos con la gente trabajadora. Ha habido mucha corrupción bajo estas circunstancias miserables y no es fácil romper con las estructuras existentes. Tenemos problemas sociales muy graves. Tenemos cortes que no trabajan por la justicia. Si no hay justicia, no habrá cambio. Criminales tienen el poder en la asamblea legislativa. No habrá paz ni justicia mientras tienen el poder. Espero que un día revoquen la amnistía. Todo criminal necesita pasar por un juicio. Tengo fe que la FMLN lo puede lograr. Sin justicia, no habrá paz verdadera ni cambio social.
Después de la guerra, ya no podía hablar de mi situación. La terapia y el caso legal me han ayudado. Si no sanamos, no hallamos paz. Todavía siento dolor por los amigos que perdí, pero cargo sus vidas en mi espalda; eso me motiva porque estoy comprometida con todos los que murieron. Después de la guerra trabajaba con los jóvenes que venían de los refugios que estaban muy traumatizados. Luego en Chicago, trabajar con la comunidad me ayudó seguir adelante en la vida. Sin la terapia del Kovler Center, no lo hubiera logrado. Durante el juicio le pedía a Dios que me diera fuerza para enfrentar a mis torturadores. Seguía luchando, sabiendo que yo nunca estaba armada con arma, solo con la Biblia en una mano y frutas y verduras en la otra. Era un movimiento social. Cualquiera que tenía algo que ver con el sistema de salud y educación fue masacrada, torturada y desaparecidos.
Hace poco saque mi carrera en trabajo social en la Universidad Luterano a la edad de 59 años. Me he involucrado en muchos grupos incluyendo la protesta de la SOA y TASSC International (una red de sobrevivientes de tortura para la abolición de tortura) en Washington D.C. Estoy convencida del poder de las terapias de los jardines de sanación y quisiera empezar un proyecto así en mi país, sobre la sanación a través de la terapia con huertos orgánicos. Tengo experiencia y esto me ha ayudado mucho a mi y por eso tengo esperanza de que un día pueda tener un espacio para tener estas terapias y ayudar a mi gente que ya está envejeciendo y muriendo por los traumas de guerra y ahora con los nuevos conflictos y nueva violencia con la guerra de las pandillas contra siempre del más vulnerable. Conmigo siempre anda la fe preciosa como nos enseñó Padre Rutilio Grande; siempre debemos andar la fe preciosa y no la fe útil. La fe preciosa es una fe profunda en nuestra creatividad, inteligencia, y capacidad. Es una fe profunda que nos alimenta la mente y el cuerpo, no solo una fe útil que pide milagros a la hora de angustia.
Actualmente trabajo en el Ministerio de Relaciones Exteriores, en un programa de fortalecimiento en la economía independiente de la mujer en la zona rural y su empoderamiento como mujeres emprendedoras y productivas, fortaleciendo el arraigo para no emigrar. Un área que más me gusta a mi es el empoderamiento de la mujer en la zona rural y su economía local. Este año las mujeres empezaban a hacer uniformes para la escuela desde la casa con maquinas industriales donados por organizaciones estadounidenses. Otro grupo de 6 mujeres está empezando invernadero para un proyecto de agricultura gracias a los fondos del Ministerio de Agricultura. Ahora hay más jóvenes de lugares rurales estudiando en las universidades. Ellos serán los que deciden como transformar las municipalidades rurales en el futuro. Con una formación académica y cultural rural, estos jóvenes transformarán su territorio.
Mi abuela fue muy creativa y me enseñó ser trabajadora. Trabajaba a la par de nosotros. Gracias a ella, me gusta trabajar y soy creativa. No me importa cuántos años tenga cuando me muera, con tal de que tenga fuerza en mis huesos aun. Mi abuela vivió por más que 100 años. Siento como que nunca se murió porque vive en mí, sus ejemplos y enseñanzas viven conmigo. Yo, también, soy abuela. Mis hijas viven en los EE.UU. con mis nietos.
Nota del editor: Hablamos extensivamente con Neris sobre Enrique Álvarez Córdoba, quién le salvó la vida. Recomendamos el libro Enrique Álvarez: Vida de un Salvadoreño Revolucionario y Caballero por John W. Lamparti. Neris es amiga del autor.
Además de seguir el ejemplo de su abuela, Neris sigue el ejemplo de Paulo Freire, quien nació en Brazil en 1921 y escribió el libro Pedagogía del Oprimido. Él organizaba a los campesinos que trabajaban en las plantaciones de caña para que pudieran escribir y votar. Para él, la educación pública es la base del cambio social.
Neris nos agradece por “…lo que estamos haciendo con este proyecto, porque la memoria histórica no se comparte en mi país.” Agrega que en muchas comunidades como la de ella en tiempos de guerra, no habían cámaras ni medios de comunicación para documentar los masacres. Ella agrega, “El que olvida y no lee la memoria histórica permite que se pierde y las generaciones presentes y venideras repiten la historia de dolor. Por eso insisto no olvidemos la memoria histórica. Apoyemos a hacer justicia para que el cambio social e integral se de un día en El Salvador que se lo merece un país que ha sido torturado y corrompido por los acaparadores y corrupciones y con salvajismo e irrespeto a los derechos humanos. La educación es la columna vertebral para un país desarrollado, sin justicia no podemos hablar de paz.” Nuestro esfuerzo ayuda a preservar la memoria histórica.
Neris Amanda López Gonzalez.