Nota del editor: La historia de esta muchacha parece la historia de muchos jóvenes en su país. Desde chiquita, le falló su familia. Fabiola fue despreciada, abusada, y decepcionada por su familia. Luego le falló el sistema de protección de menores del estado. Buscó una familia nueva en la pandilla y le llevó a la violación y decepción. Terminó en el centro de reinserción de menores, y estando adentro, fue abandonada tanto por el sistema como por su familia y amigos. No podemos decir que su caso es un caso extraordinario. Su caso es un caso común de la lucha de los jóvenes en El Salvador. Por eso tantos jóvenes huyen del país buscando una vida mejor en los estados unidos. Fabiola no lo ha hecho. Está tratando de reinventar su vida lejos de la pandilla.
Al escucharla hablar de su corto y trágico 22 años de vida, me imaginé verla desde lejos, hablando desde las nubes de la vida que ha llevado en la tierra. No se queja ni pide lástima, sino habla de una manera franca. Toma responsabilidad por sus errores y reconoce lo que tiene que cambiar de si misma para empezar un nuevo capítulo que será mejor para ella y su niña que pronto nacerá. Habla de su futuro y se le nota la madurez en su candor y honestidad.
Yo no sé si fue una niña deseada o no. Mi papá fue pandillero y lo mataron cuando yo tenía 3 años de edad. Mi madre me abandonó desde tiernita y me dejó a su mamá quien me crío. Para mi, mi abuela era lo mejor de la vida, pero cuando descubrí que no era mi mamá verdadera me sentí engañada. No acepté porque no me contó ella sino me toco enterarme. Ya no sentía su amor, y de alguna manera ya no confiaba en ella. No estaba a gusto con mi abuela y además mi tío siempre me golpeaba desde chiquita. A los 8 años empezaba a pasar más tiempo en la calle que en la casa.
Cuando tenía 9 años fui violada la noche del 31 de diciembre en un parque abandonado mientras las cuetes sonaban alrededor del lugar. Fue la noche más horrible de mi vida. Cuando me soltaron del hospital, me di cuenta que habían matado a mi hermano.
Después decidí meterme en la pandilla para vengar la muerte de mi hermano y mi violación. Buscaba el amor que nunca había hallado en mi familia.
En varias ocasiones los vecinos me hallaron en la calle con moretes y me reportaban al ISNA. Oficiales me llevaban a los centros del ISNA pero siempre me escapaba para volver a la pandilla que era mi familia.
Las reglas y normas de la pandilla depende de la clique a la que perteneces, aunque algunas cosas son uniformes y están vinculados con la mera mata de la pandilla en Los Angeles. Hacen que uno mata para entrar. No dejan que uno le hace daño a gente inocente, mujeres de homeboys, y niños. Se vale matar a narco-traficantes en defensa propia. Yo mataba no tanto porque era requisito sino para vengar la muerte de mi hermano. Todo crimen que cometía era mi desahogo para el dolor y odio que llevaba por dentro. Aunque los que me habían violado estaban muertos, vengaba su crimen con otros de su pandilla.
Llegó un momento en que me pregunté a mi misma, que estoy haciendo con mi vida? Uno se siente tranquilo por un ratito al cometer un crimen, pero luego se le muerde la conciencia.
Drogas son parte de la vida en la pandilla, y yo las consumía y vendía por un tiempo. Usaba marihuana para dormirme la mente antes de delinquir. Experimenté con otras drogas por la curiosidad, pero no las seguí usando. Las dejé de usar más que nada porque quería una vida distinta cuando salí de la prisión.
Hace varios años, a la edad de 14, me quedé embarazada después de haber sido violada por varios miembros de la pandilla contraria. Me vendaba la panza para esconder el embarazo de mi familia porque sabía que me iban a juzgar y que no creyeran que había sido violada. También escondí mi embarazo de mi pandilla para evitar problemas con ellos porque en una pandilla si uno tiene bronca con ellos, ellos le hacen daño a la persona que más quieres para hacerte sufrir. No quería que supieran que me habían violado y no podía explicar quien era el papá del bebé.
El día de la violación que me dejó embarazada, me dejaron muy golpeada y me dejaron tirada por muerta en una canaleta. Por suerte iba pasando un hombre que me trajo para su casa y me curó por varios meses. Cuando descubrí que estaba embarazada, él y su esposa ofrecieron adoptar el niño porque ellos era estériles y eran residentes estadounidenses. Asentí porque no le podría ofrecer buena vida al niño.
Al tiempo, me acusaron de ser la autora intelectual del homicidio agravado de tres menores en mi pandilla, aunque no tenía nada que ver con ese acto. Ni los conocía a los muchachos y no tenía nada que ver con el crimen. Sin embargo, por evidencia circunstancial que descubrieron en la casa donde yo vivía con varios pandilleros, me sentenciaron a siete años en un centro de reinserción de menores. (En aquel entonces era la sentencia máxima para un menor).
No tenía representación legal (ni las demás muchachas en el centro la tenían) aparte de los defensores públicos que no hacen nada por uno. Los amigos que pensaba que tenía en la pandilla (los que vasilaban conmigo cuando salíamos a la playa y fumábamos juntos) me traicionaron y me clavaron con estos homicidios que no hice. Otra vez volvía a experimentar la traición en mi vida y aprendí de la vida que la gente que dice son sus amigos estarán en las buenas pero no en las malas con uno. Como tenían un testigo que me culpó, era su palabra contra la mía.
La vida en la prisión es muy dura, y encima de eso no tenía el apoyo de mi familia. Ningun familiar me visitaba. Cosas sencillas como productos higiénicos me hacían falta siempre porque el centro no lo provee a uno sino la familia se lo tiene que dar. Las que no teníamos visita teníamos que depender de las demás que a veces nos compartían lo poco que tenían.
Asumí que al salir de la prisión, regresaría a la pandilla, pero a una cliqua distinta. Luego mi pandilla me mandó a decir que disfrutara los 7 años de la prisión porque al salir me iban a matar. También recibía amenazas de muerte de las familiares de los tres muchachos que habían matado. Llegó un momento en que me deprimí mucho y intenté quitarme la vida. Es muy difícil que uno se sale de la pandilla al salir del centro, porque seguido le persigan a uno y le amenazan para que uno vuelva.
En la calle, siempre tienes que vivir corriendo y nunca tienes tiempo para reflexionar. En la cárcel, tiempo te sobra. Pensé, “que estoy haciendo con mi vida?” Estaba segura en la cárcel porque nadie sabía mi historia. No la compartí con nadie. La mayoría de las otras mujeres privadas de libertad no eran pandilleras y no sabían nada de mi situación. Pensé que mi vida era mi vida y que nadie más tenía porque saber mi historia. Me daba vergüenza. Además que las demás eran muy chambrosas y si le contaba a una, las demás se iban a enterar.
En el centro ofrecían cursos de cosmetología y corte y confección y las tomaba por un tiempo, pero me cansé de las mismas clases año tras año y empecé a portarme mal. El programa que sí me impacto no fue un programa del centro, sino era otro que se llamaba Proyecto Cuentame. El programa fue coordinado por tres mujeres con la beca Fulbright quienes fueren muy entregadas y comprometidas con las jóvenes internas. El programa proveía un espacio seguro para que las jóvenes pudieran compartir sus historias sin miedo de ser juzgadas. Publicamos un libro de poesía, y la ganancia de la venta del libro está utilizado para becar a las jóvenes que van saliendo y quieren seguir estudiando.
Era una gran cosa poder desahogarme en el programa. Mi amistad con Jenna Knapp, una de las fundadoras, me ha ayudado mucho a ver las cosas de otra manera. Ella ha sido la única persona en mi vida con quien he podido compartir mi historia sin miedo a que me juzgue.
Acepto lo que he hecho en mi vida; tomo responsabilidad por mis actos. Estoy tratando de ser una mejor persona y tratando de tener una vida mejor. Cuando pienso en algunas de las cosas que he hecho, no sé como fui capaz de haber hecho estas cosas. Solo sé que en aquel tiempo, tenía sentido para mi. Hoy me comporto de otra forma. Me dejaron ir luego del centro porque me portaba bien.
Dentro de poco tendré un bebé. No me puedo imaginar mi futuro. Ese bebé es mi razón por seguir adelante y me anima seguir luchando. Espero que mi pareja me ayude. No esconderé mi pasado de mi hijo. Cuando crezca y puede entender las cosas, se le explicaré para que él pueda ser diferente. No le voy a criar en una burbuja. Tengo que permitirle caer y fracasar, y cuando lo hace, estaré allí para recogerle y decirle, “yo te decía….” porque tiene que aprender las lecciones de la vida; si no, será una persona inútil. Le enseñaré todo lo que puedo. Espero que será una mejor persona que la que fui.
Una vez a la semana asisto a una iglesia Cristiana. Me apoyan y me dieron cosas para mi bebé el día de mi cumpleaños.
Cuando salí de la cárcel, empecé a tomar clases de inglés intensivos y quisiera seguir aprendiendo para poder hablar algún día con mi hijo y para poder hallar un buen trabajo.
Nota del editor: Cuando escuchaba la historia de Fabiola, sentía como que su vida ha sido llena de instabilidad. De un hogar inestable y abusivo, a la violencia de la pandilla, a una prisión sin atención psicológica adecuada, Fabiola ha sufrido mucho pero a podido agarrar fuerzas para seguir adelante y comenzar una nueva vida.
Si hubieran más programas para más jóvenes, sería más fácil que los jóvenes evitara tanto sufrimiento en la calle y en sus hogares.
Estos programas tendrían que incluir cursos vocacionales, recreación, teatro/música/arte, sanación, y educación alternativa.
Todos nos preguntamos, pero de donde sacamos dinero para estos programas? O decimos, “no hay dinero para eso.” Pero dinero siempre hay, solo es cuestión de cómo se canaliza.
Cual es más importante; invertir en el futuro de un joven que pueda tener una vida productiva y ayudar a construir un país mejor, o invertir el dinero en medidas punitivas para jóvenes que no tienen muchas opciones en la vida?
Para mí, programas son mucho mejores que prisiones!
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