Cultures Collide – Spanish Version

CHOQUE DE CULTURAS

Translation by Juan Escobar

 Parte 2 de la historia de CHRIS HARRISON

Nota del editor: Si usted no ha leído la historia del mes pasado, considere hacerlo. Trataba de la educación convencional de Chris en un pequeño pueblo del Reino Unido y de su anhelo intelectual por conocer sobre el clima político en Centroamérica, Más tarde, este ideal lo llevaría a El Salvador, no una sino dos veces, durante la guerra civil del país. En ese tiempo, mientras se desempeñaba como voluntario en los Servicios para Refugiados de los Jesuitas, su pensamiento y acciones se transformaron y fueron desde la curiosidad intelectual a una transformación pragmática, a la vez que se ocupaba de las actividades esenciales diarias y necesarias en su trabajo dentro de un campo de refugiados. Poco después, sus tareas incluirían también acompañar a grupos que regresaban a sus tierras para reconstruir sus poblaciones. Mientras tanto, fue testigo de cómo los resilientes campesinos y los intelectuales del país manejaban su situación. En estas circunstancias, su propia transformación espiritual fue alterada, lo cual cambió su vida para siempre. Conocer personalmente a algunos de los célebres sacerdotes mártires de la Universidad Centroamericana (UCA) antes de la noche de su ejecución, en 1989, dejó en él un recuerdo imborrable. Chris describe su estancia en El Salvador como el período más transformador de su vida multiplicado por cien.

Pero primero, conozcamos el incidente que llevó a Chris de vuelta a casa en el Reino Unido antes de lo planeado. ¡LA CÁRCEL!

Eran las 6:00 p. m de un día lluvioso, en agosto de 1987, cuando una compañía de tropas militares de la 4.ª Brigada atacó el lugar que estábamos ayudando a reconstruir. El Higueral era una pequeña comunidad que consistía en catorce chozas de lata y de aproximadamente cuarenta personas que usaban un sistema de abastecimiento de agua muy básico de los años treinta, dependiente de una tubería instalada cuesta abajo desde un manantial en la montaña y de los pinos locales para conducir la energía que les proporcionaba luz. El ejército había destruido los árboles frutales con el fin de impedir que la gente accediera a su fuente de alimentos. Sus soldados también acribillaron a balazos una choza y mataron a dos personas que se encontraban en el interior, al tiempo que dispersaban a otras con sus continuos disparos.

UN AMIGO AFUERA DE LA BODEGA

En tal situación, salí de la choza para mostrar mi rostro blanco, lo cuál probablemente fue lo que salvó mi vida. Los soldados registraron mi casucha y me colgaron de los pulgares. Luego, tomaron mi cartera, mis anteojos y me golpearon con la culata de su rifle. Después, me abofetearon el rostro y me lanzaron boca abajo sobre el suelo, junto a Joan, una mujer escocesa, y a Gloria, una muchacha local de 14 años que había corrido hacia mi choza. Después de que llegó el comandante, este reprendió a sus soldados: “¡No deben hacer esto a los gringos!” Joan no sabía nada de español. La arquidiócesis de Edimburgo la había enviado para realizar una cobertura de algunos medios y para auditar los fondos que la parroquia había enviado como ayuda para la reconstrucción de la comunidad y para preparar la siembra de los primeros cultivos. Ella no estaba preparada para nada como esto, así que yo traducía por ella. En un determinado momento, mientras estábamos boca abajo sobre el suelo, ella preguntó: “¿Estos tipos nos van a matar?” Intenté tranquilizarla con estas palabras: “Si no lo han hecho hasta ahora, creo que no lo harán”.

JOAN DE VISITA EN EL HIGUERAL

Cuando volví a salir, un joven —un soldado de probablemente 14 años— apuntó su arma a mi pecho y después vació su cargador completo (casi unos 30 disparos) muy cerca de mí. Los soldados detuvieron a otro residente y lo ataron, pero sus incesantes y absurdas tonterías al hablar eran más de lo que este grupo podía soportar, así que terminaron liberándolo. La gente de la región recurría a ingeniosas argucias cuando debía enfrentar algún peligro. ¡La de aquel hombre era usar su boca! Nos llevaron a nosotros tres a una choza vacía y nos interrogaron sobre por qué estábamos allí, cuáles eran nuestras conexiones con la guerrilla y por qué teníamos medicamentos. Yo les expliqué: “La gente se lastima”. Teníamos antisépticos simples para prevenir la infección de cortes y rasguños, lesiones comunes que suceden constantemente en la montaña. No teníamos ningún tipo de inyectables. Recuerdo muy bien cómo solía divertirnos el intentar encontrar modos de conseguir medicinas. Nunca se podía saber cuáles estaban disponibles y cuáles estaban en la lista roja. Esto porque los farmacéuticos debían informar de cada compra a la Policía. En una ocasión, evité que me arrestaran por los pelos. Esto sucedió después de intentar comprar una gran cantidad de ungüento de Neosporin para tratar una gran herida abierta que nos era difícil tratarla quirúrgicamente. Volviendo al relato principal, los soldados nos confiscaron todos los medicamentos, saquearon mi choza y nos ordenaron marcharnos con ellos antes de que las guerrillas regresaran para rescatarnos. Por alguna razón, ellos parecían pensar que yo estaba asociado con el FMLN.

Era una noche oscura y lluviosa cuando, a las 10:00, los soldados nos obligaron a marchar montaña abajo. La joven Gloria iba atada a un oficial. Joan y yo nos tomábamos de las manos para mantener el equilibrio. Los soldados, por su parte, caminaban en fila india tropezando y resbalando en el barro mientras cargaban sus pesadas ametralladoras y equipo. En eso, comenzaron a desorientarse y algunos resbalaron hacia un barranco. Estos gritaban para que su grupo de reconocimiento, similar a las Boinas Verdes Americanas, pudiera ayudarlos. Nosotros conocíamos el terreno mejor que ellos y nos enrumbamos hacia el camino. Los soldados no confiaban en nosotros, pues pensaban que los conducíamos a una trampa; sin embargo, no tenían ninguna otra opción, salvo confiar en nuestra buena fe. Los helicópteros no vuelan en la noche. Cuando la lluvia se hizo más fuerte, construyeron cobertizos con ponchos de lluvia a manera de una lona para poder descansar hasta el amanecer. Cruzamos un río para llegar a una carretera donde ya podían llamar a los helicópteros que nos llevarían a El Paisnal, en San Salvador. Una vez allí, un coronel salió a vernos y llegaron también los medios de comunicación. Yo les conté que gente inocente había sido asesinada. Entonces, nos metieron en un jeep para llevarnos a los cuarteles de la Jefatura de Policía de Hacienda (una fuerza interna de seguridad) en San Salvador, donde se encontraba la oficina del Estado Mayor Conjunto. Para desorientarnos, nos llevaron en un microbús con ventanas oscuras y dieron vueltas por diez minutos. Luego, al bajarnos del vehículo, nos dimos cuenta de que estábamos solamente a cuarenta y cinco metros de la entrada principal.

Fuimos procesados y fotografiados. También, tomaron nuestras huellas dactilares antes de enviarnos a nuestras celdas, donde comenzaron los interrogatorios. A Joan le ofrecieron té y galletas, mientras que, a mí, dos tipos diferentes que jugaban a “al poli bueno” y al “poli malo” me interrogaron desde las 9:00 a. m. hasta las 6:00 p. m., unas cinco o seis veces. No sacaba nada de aquello. En ese punto, estaba bastante seguro de que no nos harían ningún daño porque, si se llegaba a saber que un voluntario norteamericano de la misión había sido lastimado, el financiamiento para entrenamiento militar y armamento proveniente de los EE. UU. y Panamá habría sido cortado. (Esto sucedió antes de que mataran a las monjas y antes de que los sacerdotes jesuitas y un ciudadano suizo fueran asesinados). A continuación, dos de los interrogadores decidieron poner a prueba cuán maleable era yo e intentaron asustarme. Finalmente, me presentaron una hoja de papel cubierto por otra. Esta mostraba solamente una línea para la firma. Cuando pregunté qué era aquello, uno de ellos contestó: “Oh, solo firma. Simplemente dice que no te hemos lastimado y que te hemos tratado con bastante respeto”. Les dije que debía leerlo antes de firmarlo. Entonces, quitaron el segundo papel y era exactamente eso: un declaración de que mis derechos humanos no habían violados, así que firmé el documento. Para ese momento, yo no sabía que Tutela Legal ya estaba enterada de nuestro secuestro. Este era uno de varios grupos que abogaban contra las violaciones de los derechos humanos y publicaban anuncios en los medios.

A Joan no la habían interrogado y no le pidieron firmar nada. Después de un par de semanas con protección de la embajada y la arquidiócesis, regresó a Escocia. No obstante, ella volvió a El Salvador tiempo después. A Gloria, la chica de 14 años, la enviaron a una cárcel de mujeres por tres meses. Tras su liberación, regresó rápidamente a la montaña para retomar sus actividades. Tiempo después, me contaron que sí la habían tratado de manera aceptable.

Para poder ser liberado de prisión, uno debe ser entregado en custodia y cuidado de otra persona En este sentido, hace algún tiempo, había conocido al embajador británico y, un año antes de que él llegara a este país, le había prestado mis servicios, además también había asistido a muchos eventos sociales con él. Es así que él ayudó a arreglar mi liberación, junto con el corresponsal del Washington Post.

Cuando me llevaron ante el coronel Benavides, en ese entonces jefe de inteligencia, le dije que yo simplemente hacía mi trabajo. Él me aseguró que yo estaba seguro y que no debía preocuparme; él se encargaría de que nada me sucediera y que me relajara. Recibí una carta oficial de exoneración del Alto Mando de las Fuerzas Armadas. {El coronel Benavides se convirtió más adelante en jefe de la escuela militar del país. Por otra parte, se cree que él está íntimamente implicado en planear el asesinato en masa de los sacerdotes jesuitas (incluyendo al ama de casa y a su hija) en el campus de la Universidad Centroamericana (UCA). Si fue él el autor intelectual del incidente o no, la pregunta permanece}.

https://catholic-sf.org/news/ex-salvadoran-officer-high-command-gave-order-to-kill-jesuits-in-89

La rueda de prensa del ejército nos presentó a Joan y a mí como médicos extranjeros, comunistas y terroristas empedernidos que probablemente dirigían un hospital secreto de la guerrilla. A excepción de nuestros nombres, cada palabra en su declaración era una mentira.

Poco después, comencé a recibir frecuentes y abiertas amenazas de muerte en la prensa y en la estación de radio militar, principalmente en un programa del tipo “shock jock”. Así, durante su transmisión, supuestamente civiles comunes y corrientes podían llamar, pero era completamente evidente que los militares eran los que hacían tales llamadas de hostigamiento y, a menudo, yo era su objetivo. Sí, había recibido una exoneración total, pero esta no significaba nada. Los escuadrones de la muerte mataron a 30 000 personas inocentes que no habían hecho nada a nadie. Todo lo que los militares necesitaban era sospechar de las personas y colocarlas en una lista de amenaza de muerte.

La acusación y el incidente en la cárcel eran un antecedente negativo registrado en mi documento de identificación, credencial que obligatoriamente debíamos llevar y presentar a menudo. Esto provocó que mi permanencia en el país dificultara mucho las cosas a la gente que acompañábamos, así como para mis colegas.

En tal situación, tuve que permanecer en casa del embajador para mi seguridad y viajar en una limusina blindada durante una semana. A los pocos días, me mudé a una casa en la ciudad. Luego, un día, al volver del supermercado, vi un vehículo 4×4 sin placas, con las ventanas obscuras. También, pude distinguir a un sujeto de camisa blanca y pantalones negros (el uniforme de la Policía Nacional) que se alejabas de mi puerta y que llevaba un arma tipo Uzi, además de un segundo individuo que estaba parado fuera del auto. Puesto que yo me encontraba detrás de un árbol, los tipos no me vieron y se fueron, pero yo me quedé muy intranquilo. Es así que, después de informárselo a mi jefe, me trasladé rápidamente a una nueva dirección. Mi jefe también me sugirió tomar una semana de vacaciones y me aconsejó visitar los lagos en Guatemala para aliviar mi tensión y relajarme.

Siguiendo su consejo, me encontraba en un bar de un americano conocido mío, en Antigua, Guatemala. De repente, en el bar se desató una pelea detrás de mí. Rápidamente, agarré al tipo que sostenía una pistola hasta que el dueño pudiera desarmarlo. Esa fue la gota que derramó el vaso. Entonces, le dije a mi jefe: “No puedo incluso tomar una simple cerveza sin que me amenacen”.

No estaba en el estado de ánimo adecuado para continuar con mi trabajo, así que también le dije que necesitaba alejarme un poco. En estas circunstancias, volví a Inglaterra. Después de dos años de tensión constante, me sentía bastante agotado.

Escogí regresar a casa. Esto no era lo que había esperado dejar.

Nota del editor: En la parte 3 de la historia de Chris, lea sobre el estrés y el trauma que se desencadenaron mientras trabajaba en El Salvador y cómo finalmente estos lo llevaron a padecer de un Trastorno de Estrés Postraumático (TEPT). Descubra qué clase de tratamiento profesional recibió para aliviarlo y cómo esta enfermedad todavía se manifiesta ocasionalmente. Treinta años después, Chris reflexiona sobre las experiencias positivas que vivió en El Salvador, sobre las personas que lo impactaron y sobre qué es lo que él descubrió sobre si mismo.

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