Mateo Spanish Version

Translation provided by Juan Escobar

(Por su seguridad, usamos un seudónimo.)

Un adoptado se conecta con su tierra de herencia.

“Fui allá para encontrarme conmigo mismo”.

Nota del editor. Como contexto para esta entrevista, estamos sentados alrededor de la mesa esperando que nos sirvan nuestra comida; la armonía de esta familia es palpable. Cada uno de ellos expresa lo que quiere decir, pero se preocupan de obtener la aprobación de los demás para, de esta manera, asegurarse de que lo que dicen refleja una respuesta imparcial para todos.

Mateo mantiene la mirada fija en su plato que se enfría, mientras decide cuándo y cómo participar tal vez en esta rápida conversación de cuatro vías que se está llevando a cabo. Él escucha con atención porque, cuando su madre se lo indica, él no solo responde con propiedad, sino con respuestas inteligentemente perceptivas. Cuando parece sentirse más cómodo y confiado conmigo y con mi compañero –pese a ser nosotros unos completos extraños para él–, Mateo comienza a ser más receptivo a las preguntas e interrumpe y se une a la conversación, incluso sin habérselo pedido. El contacto visual es fugaz, pero él lo utiliza cuando desea resaltar un punto importante. Cuando le preguntamos algo sobre algún asunto, Mateo puede ilustrar su significado con un lenguaje descriptivo y lírico.

Parte de saber quién eres es saber de donde vienes. Muchos niños no crecen ni viven en un hogar con sus padres biológicos. Por innumerables razones, muchos de ellos suelen vivir con los abuelos, con otros familiares o con padres adoptivos.

Inevitablemente, un niño adoptado querrá conocer los detalles de su verdadera identidad. Las sentimientos de abandono son comunes en los niños adoptados. Ellos necesitan algo más que respuestas simples. Así, para sentirse completos, necesitan validar quiénes son.

Cuando pienso en cómo un niño adoptado intenta concebir su origen verdadero, me imagino en un pastel de varias capas. Quizás, él conoce la explicación básica de porqué está viviendo donde actualmente se encuentra y eso puede ser suficiente para satisfacerlo por el momento. Sin embargo, mientras madura, se hace más curioso y desea agregar otra capa a esa historia original. Puede, entonces, continuar haciendo preguntas más específicas y exigiendo más respuestas. Finalmente, estas inquietudes terminan con el pedido de reunirse con sus padres biológicos y de conocer el lugar de su nacimiento. El niño no descansará hasta que todas las capas del “pastel” se hayan agregado y este se encuentre cubierto; solo así estará satisfecho.

Imaginen la confusión de un niño de El Salvador que fue adoptado a los seis meses de edad y que además tiene el síndrome de Asperger (una forma de alto funcionamiento en el Trastorno del Espectro Autista) Su madre biológica, debilitada por la anemia después del parto, tenía ya dos niños que ella no podía cuidar. Ella tomó la sacrificada decisión de dar a este niño en adopción para que él pudiera tener una vida mejor. Desnutrido, lo llevaron al hospital, donde una madre adoptiva –con otros seis a nueve niños a su cuidado– lo acogió en su hogar, asegurándose de que siempre lo llevara a sus citas semanales con su doctor y que hiciera sus ejercicios con él. Una persona joven venía a su casa regularmente para proporcionarle los cuidados necesarios hasta que él pudiera ser adoptado. El amor de Mateo hacia la música era ya evidente al momento de su adopción como un bebe (esta sigue siendo una de sus muchas pasiones, incluso ahora a la edad de 34).

Este jovencito, complicado pero brillante, ya creaba historias y poesía cuando aún era un niño pequeño. Mateo dibujaba mapas a la edad 4 años, cuando su madre comenzó a sospechar que padecía de autismo. A pesar de sus habilidades, las otras destrezas interpersonales y el lenguaje no se desarrollaban de manera normal. Por ejemplo, él no comprendía el lenguaje figurativo, por lo que sus padres debían expresar las cosas cuidadosamente de modo que él no tomara el significado muy literalmente ni malinterpretara el sentido. Mateo tenía dificultades al entablar relaciones (estas eran casi inexistentes). “¡No conectaba con nadie!”, nos cuenta. Es así que sus padres lo llevaron a que lo evaluara un psicólogo, pero el diagnóstico de sospecha de autismo se descartó hasta que él tuvo 26 (¡!). Mateo tenía severos problemas de concentración, lo que convertía su aprendizaje en una escuela pública tradicional en un desafío, pues sus profesores no entendían cómo enseñarle. Mateo nos cuenta: “Al mirar atrás, creo que debí haberme contenido un par de veces. Sin embargo, no era problemático, así que me introdujeron en el sistema”. Después de que Mateo recibiera su diagnóstico a la edad 26, él y sus padres comenzaron a recibir una excelente ayuda especializada de los Servicios Sociales Judíos.

Mateo no pudo haber sido adoptado por unos padres más sensibles y tan comprometidos en apoyarlo. El padre de Mateo está constantemente animándolo y preocupado por él. Su comportamiento tranquilo y sereno esconde su juicio racional que proporciona estabilidad a la familia. La suya es la voz de la razón que dirige y tranquiliza durante las épocas de duda. Él no tiene ningún resentimiento en su vida. Él mira sus decisiones como lecciones y como experiencias de aprendizaje que han aportado para ayudarle a ser quién es ahora.

Por su parte, con un pasado en una comunidad religiosa como exmonja, la madre de Mateo desarrolló y perfeccionó las habilidades de la paciencia y la percepción. Como maestra profesional con muchos años de experiencia, tanto en años anteriores como en la actualidad, ella se encuentra preparada para ayudar a Mateo en muchas maneras. Ella acepta y tolera los deseos de su hijo o entiende sus cambios de humor; ella parece desempeñar el papel de negociadora familiar. Su visión de su psique interior aporta sabiduría y conocimiento a las diversas situaciones de su hijo.

No obstante, no podemos excluir a Mateo, pues él ha luchado arduamente para ayudar a sus padres a entender sus dificultades cuando ellos no disponían de ninguna guía profesional.

Estos padres tomaron resoluciones antes de casarse, incluyendo la decisión de adoptar a un niño sin importar si este tenía o no necesidades especiales. Mateo nos cuenta: “Yo sabía que era diferente: aprendía de manera diferente a la de mis compañeros . Lucía diferente a mis padres”.

Cuando él llegó a la edad escolar, sus padres intentaron inscribir a Mateo en una escuela de inclusión en español para ayudarle a experimentar su cultura de nacimiento. Sin embargo, a Mateo le negaron el ingreso arguyendo que él no podría manejarlo.

Cuando Mateo tenía 10, él comenzó a preguntar por su madre biológica. Su madre adoptiva preguntó entonces que le diría él a su progenitora si pudiera dirigirle apenas unas palabras, a lo cual Mateo contestó: “Por favor, llévame de regreso”.

Los padres de Mateo intentaron valerosamente respetar sus decisiones, incluyendo su resolución de no asistir más a la misa semanal, después de cumplir los 18 años de edad. Sentían que era su derecho explorar la fe en sus propios términos. Mateo no descarta volver a la religión formal en un determinado momento en el futuro, pero, por ahora, él prefiere leer y estudiar la Biblia por sí mismo (él ha leído la Biblia entera). Mateo obtiene fuerza al leer los evangelios y las epístolas porque él siente que son aplicables en la actualidad. En términos de moralidad, él los asocia con los asuntos de vivir en sociedad, a diferencia de las historias del Antiguo Testamento.

Durante sus últimos años de adolescencia, Mateo mostró las frustraciones típicas de esa edad al tener que vivir en casa con sus padres, aun cuando quería mudarse y tomar sus propias decisiones. Sin embargo, ellos sabían que él siempre necesitaría de un gran sistema de ayuda establecido, antes de poder salir de su hogar. Con el tiempo, encontraron una situación de vida apropiada y de apoyo junto a dos compañeros de habitación; él tenía casi 30 años. Es así que sus padres le preguntaron cuándo quería irse y él les contestó: “¡Esta tarde!”. Él se mudó al apartamento al día siguiente.

Mateo maduraba física y emocionalmente. Él estaba interesado en descubrir información relacionada con su madre biológica. Sus padres descubrieron al grupo salvadoreño Pro Búsqueda, una ONG dedicada a encontrar a niños desaparecidos durante la guerra civil salvadoreña a través de pruebas de ADN. Luego, los padres de Mateo enviaron el paquete de pruebas que él había realizado. Tiempo después, lo tuvieron de regreso. Sin embargo, Pro Busqueda no podría garantizar los resultados sin realizar un estudio doble-ciego. Aquello se volvía cada vez menos importante para Mateo. “Yo ya tenía una imagen de mi mamá”.

Encontrar a su madre o hermanos no era la parte más importante para Mateo, sino más bien obtener un sentido de su país y de su cultura. “El deseo y el objetivo de experimentar el país y la cultura eliminaron la barrera y mi sentimiento de culpa por no saber el idioma”, reflexiona Mateo. Sus padres ya estaban totalmente preparados cuando él comenzó a preguntar acerca de sus antecedentes y a expresar su deseo de descubrir su lugar del origen. “Deseaba ir a El Salvador por un tiempo, pero mis padres estaban preocupados por mi seguridad”.

Algo del resentimiento y de la frustración de Mateo –tan propios de los niños adoptados– se dirigieron en contra de su padre por algunos años. Luego, una saludable reconciliación restauró esa relación antes de que todos pudieran viajar a El Salvador. Este cambio positivo hizo posible una sincronización perfecta, puesto que, ahora, los tres se encontraban emocionalmente en un buen momento para confiar los unos en los otros.

Varias personas claves –familiares y profesionales, algunos conocidos de los padres e incluso algunos desconocidos en El Salvador– se involucraron profundamente y se comprometieron a asegurarse de que el viaje de Mateo a este país fuera un éxito. Sus padres lo acompañaron en este viaje de ocho días. Tanto su terapista (un especialista en desórdenes del espectro autista) como su consejero de residencia estaban completamente involucrados y listos para brindar su apoyo. Mateo nos explicaba que él tiende a “vivir en el presente y que no tenía ninguna expectativa de irse de viaje”. Un psicólogo le dijo a su madre que esta era la actitud más sana para que un adoptado pueda ir y volver con lo mejor posible.

Esto fue ciertamente verdad en el caso de Mateo. Sus padres querían que él pudiera expresarse sobre cómo él se sintió durante su viaje a El Salvador. Ellos tenían el valor y el respeto por cualquier respuesta que él pudiera darles. “Si él hubiese dicho ‘Por favor, llévame de regreso’, habría sido muy duro escucharle decir tal cosa y saber cómo enfrentarlo, pero habría tenido que hacerlo, pues, como su padre, era necesario que yo asumiera la responsabilidad de cumplir su deseo. Yo le dije que nosotros estábamos muy contentos de que él honrara a sus padres biológicos, pues ellos le permitieron nacer”. Ambos padres estaban preparados para cualquiera que fuera el resultado. Su padre sabía que era necesario llevarlo a El Salvador.

La hermana Peggy O’Neill, en Suchitoto, fue una de las varias personas comprometidas que pasaban de tres a cuatro horas al día con Mateo, después de que la familia llegara al país. Su sabiduría y dedicación a él y a su familia fueron bendiciones para ellos durante este viaje. El padre de Mateo compartió que “el haberles puesto en contacto con alguien en El Salvador para facilitar la visita marcó totalmente la diferencia, pues la convirtió en una experiencia exitosa. Significó la diferencia entre lo que es un viaje turístico y un viaje para encontrarse a uno mismo. Mateo bebió de cada experiencia a la que estuvo expuesto. Tan solo con ver cómo se adaptaba, ya se podía notar la paz en él”.

No hubo ya necesidad de localizar a su familia biológica. Mateo expresó: “Yo solamente quería poner mis pies en el suelo. Quería vivir la experiencia del país. Es así que el deseo y el objetivo de querer experimentar el país y la cultura eliminaron la barrera y el sentimiento de culpa por no hablar español”.

“Esta es mi gente”, lo anunció Mateo alegre durante su viaje, que se convirtió en la exploración de sí mismo. Ver la cordialidad de la gente salvadoreña le permitió a Mateo abrirse a ellos. “Experimenté una transformación”, dijo. Cuando se le pidió que describiera esa transformación, él explicó: “Mi mente se detuvo; ya no estaba llena de confusión. Muchos de mis problemas simplemente se aclararon. Mis sentimientos subconscientes, olores y gustos, que antes no entendía o evitaba, simplemente desaparecieron. De repente, estaba abierto a probar alimentos que antes siempre evitaba. Me sorprendí al disfrutar del coco y de la guayaba, por ejemplo”. Más tarde, él describiría: “Yo siempre tenía problemas para concentrarme, para entablar una conversación con mi papá (lo cual alguna vez provocó tensión en nuestra relación), para escuchar o para enfocarme en algo, además de que era sensible a cosas como las luces fluorescentes. Todo eso desapareció en El Salvador. Ya no estaba tan a la defensiva como antes. Ahora, podía escuchar a la otra persona. Ocurrió un despertar. Fui allá para encontrarme conmigo mismo”.

Su padre lo describió como si estuviera totalmente en paz con su ambiente salvadoreño. Su madre todavía necesitaba escucharlo verbalizar sus sensaciones. Al preguntarle si él quisiera permanecer en El Salvador, Mateo contestó: “Me gustaría, pero sé que debo estar donde puedo obtener la ayuda que necesito” (Mateo necesita una variedad de ayudas en un ambiente de vida supervisado).

Sus padres conocían el riesgo que asumían al llevarlo a El Salvador como adulto, particularmente porque Mateo tiene doble nacionalidad. Sin embargo, también confiaban en él y estaban seguros de que tomaría una sabia decisión de vida. Su madre está orgullosa de compartir que “¡él volvió seguro y firme!”.

La creatividad de Mateo ahora se expresa en su fotografía. Sus madre cuenta que él se ha maravillado siempre con la naturaleza y que a menudo los llama para preguntarles si han visto “esa puesta de sol asombrosa”. Él disfruta fotografiando relámpagos, formaciones de nubes, pájaros en vuelo, animales e incluso basura única que él ve como una forma de arte en su fotografía. Su talento ha sido reconocido y sus obras se han exhibido en exposiciones de arte con jurado. Él prefiere presentar su arte como una manera de expresarse y no como una carrera.

Una hoja de afeitar desechada convertida en arte por Mateo.

Su madre espera que, quizás algún día, Mateo pueda considerar usar su creatividad para escribir historias o poesía sobre sus experiencias en El Salvador, lugar en el que él se encontró a sí mismo, despejó su mente de muchas inquietudes que nublaban su funcionamiento y, además, se conectó con su gente, aunque estaba contento de volver. Este fue realmente un viaje de transformación, rodeado por una familia que siempre brindó su apoyo.

Para concluir, así como un pastel puede ser de una sola capa, un niño adoptado puede escuchar una explicación simple acerca de su situación. Mientras más capas y rellenos se agregan cuidadosamente y en el tiempo correcto a ese pastel básico, este se transforma, como cuando se le añade la cobertura adicional de chocolate (en este caso, un viaje al país de origen). De la misma manera, la persona que fue adoptada también puede tener una transformación al poder conocer un poco más de sí misma.

Nota. Todas las fotografías que acompañan esta historia son originales de Mateo.

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